Nuestro
plan. 10 días para recorrer un trocito de California: Yosemite National Park,
Sequoia National Park, San Francisco y algunas incursiones al norte y sur de
esta ciudad.
MOVILIDAD
Para
moverse por California, nosotros optamos por alquilar un coche. Las distancias
son enormes, todo es gigantesco y las millas no cunden igual que los
kilómetros.
Alquilar
un coche en Estados Unidos es relativamente barato, pero te gastarás lo mismo
(o más) en el seguro. En este país, el seguro cubre al conductor, en lugar del
vehículo. Me explico: una persona que vive en Boston y tiene su coche allí, si
viaja a San Francisco y alquila un coche, no necesita contratar un seguro,
porque el que tiene para su vehículo habitual le sirve. No ocurre lo mismo con
los turistas y ahí es donde nos pegan el palo.
Se
compensa un poco con la gasolina (el diesel es prácticamente inexistente), que
tiene un precio irrisorio en comparación con lo que pagamos en Europa. Eso sí, la
miden en galones (unos 4 litros)… con lo que hacer los cálculos es un lío; lo
mejor es llenar el depósito cuando repostéis y listo. Y tened paciencia, porque
cada gasolinera es un mundo y funciona de una manera… sobre todo en lo que
respecta a las tarjetas de crédito. La solución: preguntar y volver a
preguntar.
Las
carreteras en Estados Unidos son una pasada. La manera de señalizar no tiene
nada que ver con la europea, pero en seguida te adaptas porque es mucho más
sencilla. Hay que tener muy en cuenta que, en las autopistas, las salidas no
están siempre a la derecha: hay ocasiones en que el carril de la izquierda es
una salida o incluso el central se convierte en puente que se convierte en otra
carretera.
Es
importante respetar las señales, sobre todo los límites de velocidad y los
semáforos… pues los americanos te envían la multa aunque vivas en la
Conchinchina. Además la policía está bastante presente, al menos en California.
Gracias
a un par de multas que nos han llegado varios meses después, hemos deducido que
hay peajes en algunas carreteras, aunque no los vimos (puede que funcionen con
“telepeaje” y por eso no hay garitas). Además en algunos puentes, como el
Golden Gate, hay que pagar durante las horas laborables para poder entrar a la
ciudad.
ALOJAMIENTO
Hay
de todo. Hay hotelazos y antros de mala muerte. Nosotros consultamos siempre la
opinión de los usuarios en Tripadvisor antes de reservar y con eso nos guiamos
un poco… pero a veces una mala experiencia puede hacer que juzgues mal un buen
hotel y viceversa.
Lo
que hay que tener muy presente es que la construcción de los edificios no tiene
nada que ver con la nuestra: no usan ladrillos. Por lo tanto, las habitaciones
no suelen estar muy bien aisladas y lo que se oye es normalmente más de lo que
desearías. Nada que unos buenos tapones para los oídos no puedan solucionar.
COMIDAS
En
las ciudades podemos encontrar una amplísima variedad de restaurantes de todo
tipo, pues a los californianos les encanta comer/cenar fuera. Es más:
muchísimos establecimientos abren las 24 horas y se puede pedir cualquier cosa
de la carta, incluidos los desayunos, a cualquier hora.
En
los pueblos pequeños, e incluso en las pedanías de carretera, suele haber al
menos un par de sitios “tradicionales” (de comida americana) donde puedes
desayunar, comer o cenar, también con un amplio horario.
La
comida en los supermercados es llamativamente cara. De hecho, se entiende
perfectamente por qué la gente come fuera tan a menudo.
Por
último hay que tener en cuenta que las raciones son bastante generosas rozando
lo exagerado en algunos casos. En muchos lugares, sobre todo en las ciudades,
las bebidas tienen refill gratuito.
PARQUES NACIONALES Y ESTATALES
En
California, casi todos los “espacios naturales” son de pago. Una vez allí, viendo
la inmensidad de estos sitios, lo maravillosos que son y el cuidado que
necesitan, se entiende perfectamente que se cobre la entrada.
Los
dos parques nacionales que visitamos (Yosemite y Sequoia), tienen un coste de
20$ por coche (independientemente de las personas que vayan dentro). La entrada
es válida durante 7 días consecutivos.
Los
parques estatales tienen un coste de 10$ por coche, la entrada es válida
durante todo el día y se puede usar la misma entrada en varios parques
estatales (los que tienen el mismo logotipo).
Es
fundamental respetar las normas del parque, así como las indicaciones de los
rangers y guardabosques. En algunos lugares, como Yosemite, nuestra vida puede
depender de ello: no dejéis comida en el coche ni la llevéis con vosotros si
vais a hacer una excursión; los osos tienen un olfato extremadamente sensible
y, aunque parezca que no hay ninguno, se producen muchos encuentros
inesperados. Utilizad los contenedores metálicos que hay en los aparcamientos
para guardar toda la comida.
FECHAS
Si
queremos visitar parques nacionales hay que tener en cuenta que, aunque
California es el estado donde “nunca llueve”, el invierno existe. La mayoría de
las carreteras que cruzan o recorren los parques se cierran con la primera gran
nevada (más o menos en noviembre), así que conviene mirar la web del parque
para tener claro si podremos visitarlo o no.
Evidentemente,
a finales de primavera y en verano el tiempo es mejor, pero también es mayor la
ocupación hotelera (y el precio). Si no queremos encontrar hordas de gente en
cada punto importante del parque, es mejor descartar la temporada alta.
Otra
cuestión a tener en cuenta es el impresionante tamaño de estos lugares. Un
parque estatal puede tener, más o menos, las dimensiones de uno de nuestros parques
nacionales y podremos recorrerlo y visitarlo en un solo día. Un parque nacional
americano es realmente inmenso, como una provincia entera… por lo que, si
queremos ver algo más que “lo básico”, necesitaremos al menos un par de días
(aunque si tenéis tiempo y dinero, algunos lugares merecen una semana entera).
OTRAS CUESTIONES
Para
volar a California hay que hacer, al menos, una escala. Nosotros decidimos
hacer esa escala en Europa (en concreto en Londres) y fue todo un acierto, pues
hacerla en la costa este de Estados Unidos supone pasar el control de
inmigración dos veces y, en algunos casos, incluso recoger el equipaje en el
aeropuerto de tránsito y volver a facturarlo para que llegue al destino final.
Son
un montón de horas de vuelo, así que hay que pensar bien con qué compañía
queremos volar. Nosotros volamos con British Airways, pues ya la conocíamos y
el trato es bastante bueno. Además, 24 horas antes del vuelo, se pueden
seleccionar los asientos a través de la página web (lo que es muy recomendable
para no ir en la cola del avión).
En
el avión suelen facilitarte el impreso de inmigración con las típicas preguntas
raras que al gobierno americano le gusta hacer. Después, en el control de
pasaportes, la policía te toma las huellas dactilares y te hace una foto (ya
sólo les falta el frotis para el ADN). Pueden hacerte preguntas e incluso
pedirte los papeles de la reserva del hotel. Lo mejor es responder la verdad y
estar tranquilo.
Está
prohibido introducir alimentos en Estados Unidos… pero si tenéis que hacerlo
(porque llevéis un bebé o seáis celíacos, por ejemplo), lo mejor es ponerse en
contacto con la embajada americana para preguntar y declararlo en el control de
inmigración.
Para
viajar a Estados Unidos es necesario un visado que, en circunstancias normales
de turismo, puede obtenerse (y pagarse) por internet con un par de semanas de
antelación. Este permiso se llama ESTA y puede solicitarse aquí: www.usatravelvisa.net/SolicitudESTA
Día 1. MADRID – SAN FRANCISCO – OAKHURST (31.10.12)
Nos
levantamos a las 3 de la madrugada y recorremos las carreteras desiertas de
Madrid. Cuando llegamos a Barajas, la mayoría de las puertas están cerradas…
eso nos pasa por volar tan temprano. Volamos hasta Londres y allí nos toca
esperar tres horas hasta que embarcamos en el jumbo que nos llevará a San
Francisco.
Puede parecer una tontería, pero nunca he
estado en un avión tan grande y me quedo alucinada cuando calculamos la
cantidad de gente que cabe. Parece una sala de cine con tanta fila y tanto
pasillo. Y lo tienen todo pensado: ya hay en cada asiento un kit de sueño
(mantita, mini almohada, antifaz, cepillo de dientes).
Acertadamente, cogimos nuestro vuelo con
la British Airways que aún es una compañía de verdad que no intenta matarte de
hambre o sacarte la pasta durante sus trayectos. Así que al poco de despegar ya
te sirven unas bebidas (las que quieras) y, pasado un rato, la comida que está
bastante buena; yo me pido pasta (que sabe a musaka) y Miguel pollo con puré de
patatas.
Durante el viaje (que son más de 11 horas)
la gente se levanta, pasea, se estira y hasta va a la cocina a por zumitos y
vasos de agua. Estamos desenado llegar y, cuando por fin lo hacemos, tenemos
que pasar el control de pasaportes… Pasamos más de dos horas haciendo cola
porque hay poquísima policía trabajando y esto acaba de agotarnos.
Una vez pasado el control y recogido las
maletas (que llevaban la tira de tiempo en la cinta dando vueltas), cogemos el
airtrain para ir a por el coche de alquiler.
La gente ha salido ya de trabajar, así que
las carreteras están atestadas. Las millas no cunden, las señales nos resultan
extrañas… y si no fuera porque el iPad tiene GPS y nos descargamos una
aplicación estupenda, todavía estaríamos por allí dando vueltas. Todo mejora
cuando abandonamos la autopista y entramos en carretera secundaria.
Es Halloween y, aunque es de noche, hay
gente en las calles, niños yendo de casa en casa y celebrándolo en los patios
de los colegios. Esto nos anima un poco y nos da algo de energía para
continuar, porque estamos realmente cansados y aún nos queda un trecho hasta
Oakhurst.
Llegamos al hotel a las 22:30 hora local.
Hemos estado viajando más de 28 horas desde que salimos de casa y la última
parte ha sido realmente dura… con el cerebro a punto de entrar en modo
desconexión en un par de ocasiones. Aunque nuestro plan era bueno (hay 196
millas de San Francisco a Oakhurst), el tiempo de espera para poder salir del
aeropuerto y los atascos de la autopista hicieron que perdiéramos más de cuatro
horas, dejándonos tan exhaustos que, cuando la amabilísima recepcionista del
hotel empezó a darnos información, filtramos gran parte de la misma.
Habitación. Lavarse los dientes. Caer
rendidos sobre la cama. Piiiiiiiii.
Noche en Yosemite Southgate
Hotel
Día 2. OAKHURST – YOSEMITE N.P. – MONO LAKE –
OAKHURST (01.11.12)
Aunque la cama queen size es una gozada,
la insonorización del edificio no es a la que estamos acostumbrados, así que
nos despertamos a las 8, duchita y a desayunar. Aquí el desayuno es
contundente: café, te y zumos, manzanas, yogures, tostadas y muffins recién
hechos. Además usamos por primera vez una gofrera de verdad.
El día está bastante cerrado, pero qué le
vamos a hacer… Intercambiamos algunas anécdotas con una familia valenciana que
conocemos en la sala de desayuno y nos ponemos en marcha. Primero paramos en
una gasolinera y tenemos algunos problemas con el surtidor porque sólo
conseguimos echar 22$.
Tras 40 minutos llegamos a la puerta sur
de Yosemite N.P. y pagamos la entrada a un ranger que parece de mentira, como
si fuese disfrazado o hubiera salido de una película (pero es real). Nos da un
mapa y nos dirigimos a Mariposa Groove. Al principio el bosque es normal, pero
cuando llegamos al parking nos quedamos alucinados con los ejemplares de
sequoia que nos rodean.
En este bosque se encuentran algunos de
los seres vivos más ancianos de la tierra. Los árboles más significativos
tienen nombre propio; el primero que encontramos caminando por la arboleda es
Fallen Monarch, un gigante caído que ha
dejado al descubierto sus raíces.
Un poco más arriba siguiendo por el
sendero, están The Bachelor y Three Graces, un conjunto impresionante de cuatro
sequoias protegidas por una valla de madera que evita que los visitantes dañen
el frágil ecosistema.
700 metros más arriba encontramos el
Grizzly Giant. Es el árbol más impresionante que hemos visto; no se puede
explicar con palabras la magnitud de esta planta, que crece conservando el
grosor de su tronco.
Muy cerca está el California Tunnel Tree,
una sequoia que se puede atravesar y donde vivimos un momento surrealista. Esta
costumbre que tenemos de ir haciéndonos fotos por todas partes mientras
saltamos, a veces se convierte en un espectáculo. Mientras saltábamos junto al
árbol, un par de chicos orientales nos hacían fotos desde lejos… Pero es que
dos minutos después se nos ha acercado una señora para pedirnos que saltáramos
a la vez ¡mientras nos grababa en vídeo!
Es realmente inexplicable lo pequeño que
te hace sentir pasear entre estos gigantes y pensar que, aunque ahora son
ejemplares aislados, en algún momento todo el bosque fue así.
Deshacemos el camino por la carretera y
nos dirigimos hacia Yosemite Valley, haciendo la siguiente parada en Tunnel
View. Se trata del primer mirador desde donde se puede apreciar el valle entre
las dos moles de piedra que son El Capitán y Half Dome. Aunque el cielo no está
bonito, nos quedamos con la boca abierta ante la inmensidad.
Recorremos toda la carretera y paramos en
El Capitan Meadow. Ninguna foto hace justicia a la inmensa pared de granito que
es El Capitan. Es taaaaan grande que los escaladores parecen simples puntitos
que se mueven por la roca lentamente. Esta gente está claramente echa de otra
pasta, prueba de ello es que duermen en tiendas que cuelgan en la pared.
Después de ver ciervos salvajes, los
picapinos, una cantidad incontable de ardillas grises y hacernos fotos en todas
partes, decidimos coger Tioga Road con la esperanza de que Tioga Pass esté
abierto y podamos visitar Mono Lake por la tarde.
Cuando preparábamos el viaje, en la web
del parque el paso aparecía cerrado debido a las nevadas, así que cambiamos
todo el itinerario que habíamos planeado creyendo que no podríamos ir al lago.
Pero cuando las cosas tienen que suceder, simplemente suceden.
La subida es bastante larga, pero todo el
trayecto merece la pena. A medida que nos alejamos de la parte más turística,
todo se vuelve más salvaje, incluso la fauna. ¡Por fin vemos un coyote! Estaba
en un arrimadero de la carretera y, al vernos pasar, comenzó a subir por la
ladera de la montaña, pero me dio tiempo a bajarme del coche y sacarle un par
de fotos.
Llegamos a Olmsted Point, desde donde se
puede ver la cara menos conocida del Half Dome, todo el valle glaciar y moles de
granito por todas partes. Hace muchísimo frío, bastante viento y está empezando
a nevar, así que pronto reanudamos la marcha.
Antes de salir de Yosemite, paramos en la
caseta de los ranges para preguntar si van a cerrar el paso ya que está nevando.
Afortunadamente lo mantendrán abierto a no ser que la cosa se ponga muy mal y
la nieve empiece a cuajar.
Bajamos un puerto con una pendiente
impresionante y llegamos a Lee Vining, el pueblo más cercano a Mono Lake. Es la
hora de comer, así que entramos en Nicely’s. Se trata del típico restaurante
americano, de comida casera, hamburguesas, sándwiches y batidos. Todo está
delicioso y muy bien de precio. Tomamos algo rápido, no hay tiempo que perder.
Repostamos de nuevo, a ver si ahora
podemos llenar el depósito, y recorremos los diez kilómetros que hay hasta el
centro de visitantes de Mono Basin National Forest. Una chica muy amable nos da
un mapa y nos indica las principales zonas a visitar del lago.
Primero nos acercamos a Old Marina y nos
quedamos un poco decepcionados. El día está muy gris, la zona huele fatal, hay
moscas en la sal y las formaciones son muy bastas. Decidimos seguir hasta South
Tufa y la cosa cambia completamente.
La carretera cambia completamente, pasando
junto a la gran hilera de cráteres y acercándose a Panum Crater. Una vez en
South Tufa, desde el mismo parking, ya son visibles muchas de las formaciones
de tufa del lago que están por toda la orilla y en las inmediaciones, pues
antes el perímetro del lago era muchísimo más amplio.
Por cierto, aunque nadie lo hace, nosotros
decidimos pagar el parking como nos han explicado en el centro de visitantes:
se mete el dinero (3 dólares) en el sobre, se extrae el resguardo para
colocarlo en el coche y se introduce el sobre en el buzón. No sólo evitas que
el ranger de turno te ponga una multa, sino que ayudas a conservar la zona con
esta pequeña aportación, ya que la visita es gratis.
Sacamos fotos por todas partes, en todos
los pináculos, hacemos algo que está prohibido (llevarnos unas muestras
-pequeñas- geológicas), encontramos una playa realmente pintoresca y nos
ponemos a saltar como locos, como hacemos por todas partes.
Y de pronto, de la nada, donde hacía un
minuto no había nadie, aparece un tipo con su equipo fotográfico. Howard Jones
(así se llama) es fotógrafo profesional y está de visita en la zona, pues en
realidad vive en Utah.
Resulta cuanto menos curioso encontrarnos
con él allí, descubrir que tenemos tantas cosas en común y acabar hablando de
la Ley de la Atracción. Todo ocurre por un motivo y atraemos lo que pensamos. Así
que no es casualidad encontrarnos mágicamente con alguien que cree en lo que
nosotros creemos.
Hacemos unas cuantas fotos, charlamos
sobre nuestros equipos… nos cuenta que se quedará por allí para hacer fotos
nocturnas iluminando las formaciones de tufa con su nuevo y enorme foco y, nada
más despedirnos, desaparece del mismo modo silencioso en el que apareció.
Como si se tratara de un cuento, un
segundo después vemos un conejo entre los pináculos y, en un pestañeo,
desaparece igual que lo ha hecho Howard.
Todavía sin salir de nuestro asombro,
sacamos las últimas fotos y nos ponemos en marcha sin poder visitar el resto
del lago. Empieza a hacerse tarde, tenemos que volver a cruzar todo Yosemite y
no queremos arriesgarnos a encontrar el paso cerrado.
Por el puerto descubrimos que, en lugar de
sal, aquí echan gravilla para evitar que se formen placas de hielo. Rápidamente
se hace de noche, pero afortunadamente podemos engancharnos al ritmo de un
Mitsubishi que parece conocer la carretera a la perfección y que va a toda
pastilla. En la última parte del trayecto, se desvía por otro camino y la
oscuridad nos engulle. Paramos en un arrimadero y salimos a ver las estrellas
en un claro del bosque, pero volvemos rápidamente al coche porque hay animales
(grandes) muy cerca y quién sabe si serán ciervos u osos.
Llegamos al hotel bastante cansados, nos
encontramos con los valencianos que van al pueblo a cenar, pero nosotros decidimos
quedarnos en la habitación, comernos unos muffins de los del desayuno y
acostarnos temprano.
Noche en Yosemite Southgate
Hotel
Día 3. OAKHURST – YOSEMITE N.P. – SEQUOIA N.P.
(02.11.12)
No hay nada como una noche de descanso para
despertar lleno de energía. Nos levantamos, desayunamos y, cuando vamos a
ponernos rumbo a Sequoia N.P., el sol nos da un beso en la cara. ¡Hace un día
espléndido!
Rápidamente, antes de salir del parking,
reestructuramos los planes. Como ayer improvisamos la visita a Mono Lake y no
pudimos pasar la tarde en Yosemite, decidimos volver y aprovechar allí la
mañana aunque seguramente eso supondrá tener que renunciar a algo más adelante.
Así es la aventura.
Entramos en Yosemite y vamos por Sentinel
Rd. Es tan temprano que todo está congelado, la hierba llena de escarcha y el
sol derritiéndolo todo lentamente.
Un poco más adelante, nos detenemos donde
comienza el trekking hasta The Sentinel. Es un paseo corto (1’1 millas) y
sencillo que realmente merece la pena. El sendero recorre cruza un bosque de
abetos y sequoias, sube al domo The Sentinel y ofrece una de las mejores vistas
de todo el parque. No os dejéis engañar por las apariencias, se puede subir ahí
arriba.
Como casi siempre que vamos en silencio
por el bosque, tuvimos la fortuna de ver algunos animales, entre ellos una
ardilla rallada (Eutamias minimus).
Una vez en la cima de The Sentinel, nos
quedamos impresionados por la maravilla que se extiende ante nuestros ojos: 360 grados de bosques y moles de granito hasta donde alcanza la vista, desde nuestros pies hasta donde comienza el cielo en la línea del horizonte.
Esperamos a que se marchen los chavales
que están allí de excursión con el colegio y disfrutamos durante un buen rato
de la paz que se respira… porque nos quedamos solos.
Volvemos al parking con las pilas
cargadas y rebosando energía, pero lamentando no tener más días para hacer más
excursiones como esta. Definitivamente Yosemite merece una semana para
disfrutarlo a fondo.
Continuamos por la carretera en dirección
Glacier Point y paramos en Washburn Point, un mirador con vistas al Half Dome.
Mientras Miguel se dedica al paisaje, yo
me divierto con otra ardilla que está como loca corriendo de un lado a otro. Es difícil seguirla, pues se
mueve rapidísimo y de vez en cuando se esconde en alguna madriguera.
El final de la carretera que lleva a
Glacier Point son unas revueltas infernales, pero merece la pena pasarlas para
disfrutar de las vistas.
El Half Dome está tan cerca que casi
parece que lo puedes tocar estirando la mano. Pero todo es una ilusión óptica.
Lo que ocurre en realidad es que la mole de granito de tan gigantesca que es,
se hace indescriptible.
Se está haciendo tarde y no queremos que
la hora de comer nos pille en Yosemite. Comenzamos el camino de vuelta y, en
una orilla de la carretera, vemos un coche parado… ¡junto a un coyote!
Damos media vuelta y nos colocamos cerca
para sacar algunas fotos. El coyote está muy tranquilo, se nota que está
acostumbrado a la presencia humana y es que, la gente del otro coche, le está
dando algo de comer.
Esperamos pacientemente a ver si el otro
vehículo se va, pero no parece que tenga muchas ganas. Al final nos entra
hambre y abrimos un paquete de algo (no recuerdo de qué). Sólo con el sonido
del envoltorio el coyote se acerca, aunque no le demos nada. El otro coche se
marcha.
Es coyote es dócil, así que me atrevo a
bajarme del coche para tener un ángulo mejor. Al verme tan cerca del coyote,
una señora que pasa en su coche también se detiene y a partir de ese momento
comienza el momento paparazzi. Cada coche que pasa se para y llega un momento
en que nosotros, dentro del coche los dos, estamos rodeados por más de 15
personas haciéndole fotos al coyote.
Nos queda aún mucho camino hasta Sequoia
N.P. así que dejamos allí al coyote y a la gente y nos ponemos en marcha.
Paramos en Oakhurst a ver si conseguimos cambiar algunos euros, pero en el
banco no cambian divisas así recurrimos de nuevo al cajero.
A la altura de Fresno no podemos más del
hambre que tenemos y paramos a las afueras en busca de un lugar donde comer.
Sólo nos pilla cerca un McDonald’s y, aunque no es lo que más nos apetece,
entramos. Tiene 14 menús diferentes… No nos damos cuenta de que aquí todo tiene
un tamaño descomunal y nuestros menús grandes tienen bebida de 1 litro y las
patatas son descomunales. O_o
Compramos agua en el supermercado y unos
batidos en el McDonald’s para tomárnoslos en el coche. La carretera va hacia
las montañas y, antes de empezar a subir el puerto interminable, paramos en una
gasolinera la mar de pintoresca, pues es probable que dentro del parque no haya
dónde repostar.
Toda la zona está bastante desierta, sólo
hay enormes extensiones de cultivo (algodón, naranjas, aguacates, alcachofas)
que llegan hasta donde alcanza la vista. Voy fijándome en cada pequeño conjunto
de casas, porque me temo que a la vuelta necesitaremos un lugar donde parar a
comer.
Comienza el puerto y subimos hasta superar
los 3.000 metros de altura. Las vistas son impresionantes. Toda la ladera de la
montaña está cubierta por un espeso bosque de coníferas que contrasta con las
llanuras que hemos cruzado y que ahora no se ven, pues una extraña bruma
(¿polvo en suspensión? ¿contaminación?) lo ha cubierto todo y parece que haya
niebla allí abajo.
Entramos en el parque justo cuando se está
poniendo el sol. Menos mal que el hotel está cerca… pero la carretera es tan
retorcida que, cuando llegamos al parking, ya es de noche.
El recepcionista del Montecito Sequoia
Lodge nos explica un montón de cosas en un inglés a alta velocidad que nos
permite entender lo justo: no dejar nada de comida en el coche porque hay osos
por la zona, el desayuno es de 8 a 9 y la cena de 18 a 19. Dejamos las cosas en
la habitación y bajamos al coche a por algunos frutos secos que habíamos
dejado. Resulta que los osos tienen un olfato extremadamente sensible y no les
importa romper medio coche para conseguir un chicle, un bote de pasta de
dientes o cualquier cosa que desprenda olor. Hace dos semana han tenido un caso
así.
El hotel está bastante dejado. Quizá
veinte años atrás fuera un maravilloso lugar de vacaciones, pero ahora le hace
falta urgentemente un repaso a fondo, mucha limpieza y renovación de todo el
mobiliario así como de las instalaciones de recreo del exterior.
Nos acomodamos, repasamos las emociones
vividas durante el día y caemos agotados por el cansancio.
Noche en Montecito Sequoia Lodge, Sequoia N.P.
Día 4. SEQUOIA N.P. – MARINA (MONTEREY) (03.11.12)
La cena buffet de anoche era bastante
cutre (sólo tomamos una ensalada), así que nos esperábamos un desayuno en la
misma línea pero nos equivocamos, afortunadamente. Había filetes de jamón dulce
asado, patatas rancho y huevos revueltos; gofres con sirope y nata montada,
cinnamon rolls recién hechos, frutas, yogures… El desayuno es la comida más
importante del día. ¿Quiénes somos nosotros para contradecir eso?
Es bastante temprano cuando salimos del
hotel, así que podemos disfrutar a solas del lago que hay junto al Montecito
Lodge.
No hay nadie en la carretera cuando
comenzamos a bajar hacia Sequoia N.P, pues no son ni las 9 de la mañana. Hay
que recordar que, aunque hemos dormido dentro del parque, en realidad se trata
de dos parques en uno (Sequoia and King’s Canyon N.P.) que se unieron abarcando
una enorme extensión de terreno para intentar atraer más visitantes, pues la
mayoría no bajan aquí después de haber estado en Yosemite.
Un poco después de pasar el gran cartel de
Sequoia N.P. encontramos las primeras (y gigantescas) sequoias: Lost Grove.
Dejamos el coche a un lado de la carretera y nos vamos a perdernos por el
bosque.
Convenzo a Miguel para que escale por las
raíces y el tronco de una de las sequoias y, cuando intento hacerlo yo, ¡no me
llegan los brazos! No sé cómo ha conseguido subir porque la madera es muy suave
y resbaladiza.
El árbol tiene una enorme grieta en la
zona de las raíces provocada por el fuego, pues las sequoias tienen una extraña
relación con los incendios hasta el punto de que, aunque los árboles se quemen
en la base, sobreviven y siguen creciendo. Aunque está muy oscuro, decido
entrar en el hueco del árbol que es increíblemente grande. ¡Aquí se puede hacer
una fiesta!
No paramos de subir por la ladera, pues la
zona es impresionante. No es lo mismo ver un par de sequoias entre un montón de
abetos, que pasear por un bosque formado íntegramente por árboles gigantes. La
sensación es abrumadora, como si todo hubiera crecido exageradamente y en
cualquier momento pudiéramos ver una diplodocus alimentándose de las ramas más
altas.
Aún nos quedan ganas de hacer fotos, así
que pasamos unos último minutos entre los árboles más cercanos a la carretera
donde los troncos de varias sequoias se han juntado formando estructuras
alucinantes.
Continuamos carretera abajo hasta llegar
al Sherman Tree Trail donde está el General Sherman, la sequoia más voluminosa
del mundo.
El paseo hasta el árbol es muy cómodo de
bajada, pues está asfaltado y mantiene las zonas de sequoias valladas para
proteger el ecosistema. A la hora de invertir la ruta, la pendiente engaña y
cansa más de lo que parece, por eso han colocado bancos y zonas de descanso de
cuando en cuando para que puedas tomarte el ascenso con calma.
Además del impresionante General Sherman,
que tiene 11 metros de diámetro, 31 metros de perímetro y casi 84 metros de
alto, hay muchas otras sequoias alucinantes en la arboleda: desde dos que
crecen en paralelo con un pequeño espacio entre ellas (se las conoce como
Twins), hasta una sequoia caída en la que se ha tallado un túnel para poder
cruzarla.
Volvemos al parking y, antes de marcharnos
de Giant Forest, damos una vuelta (solos) por el Big Trees Trail: una hermosa
pradera rodeada de sequoias. Por desgracia tenemos que marcharnos del parque
(pues tenemos reserva en un hotel en la costa y nos quedan muchas millas por
delante). Se nos quedan en la lista Moro Rock, Crescent Meadow y otras
preciosas zonas de Sequoia N.P. que tendrán que esperar a la próxima visita.
Bajamos el puerto a buena velocidad (no
hay nadie en la carretera), disfrutando del hermoso paisaje que tenemos ante
nosotros.
Paramos a comer en Clingan’s, el
restaurante que está en el cruce frente a la gasolinera en la que paramos el
día anterior. Tomamos unas deliciosas hamburguesas caseras (es que no había
mucho más donde elegir) con patatas dulces (deben de ser de batata).
Pillamos unos cafés para llevar y dejamos
unos dólares de propina en la tacita que tienen para ello, lo que hace que al
camarero le dé un ataque de alegría.
Aquí comienza la carretera llana,
prácticamente en línea recta hasta Monterey, cruzando de nuevo enormes campos de
cultivo y de árboles frutales. En California se cultiva la gran mayoría de las
frutas y verduras que se consumen en Estados Unidos.
Averiguamos cómo funciona el control de
crucero del coche y conseguimos llegar al hotel a las seis de la tarde, antes
de que se haga de noche.
Me da un ataque de risa cuando el
recepcionista, que se parece a Stevie Wonder comienza a contarnos cómo va todo
a una velocidad increíble (más rápido aún que el recepcionista del Montecito).
Vamos a la habitación, nos damos una buena ducha y nos quedamos descansando
porque, por cosas del jet lag, no tenemos hambre para cenar.
Noche en Hotel Ramada, Marina
* Nochecita toledana.
No todo son aventuras, también hay
desventuras. A la 1 de la madrugada ha empezado a sonar la alarma del detector
de incendios. Llamamos a recepción. No contestan. Vamos hasta el mostrador. No
hay nadie, sólo un cartelito diciendo que ahora vuelven. Vigilamos la recepción
desde el final del pasillo. A las 3 de la mañana, tras ir hasta al mostrador de
nuevo, dejar una nota y golpear con los nudillos la puerta de la oficina,
conseguimos que venga el recepcionista (descalzo, con la camisa por fuera y
completamente despeinado) y, tras insistirle, cambia la batería. Ni disculpas,
ni buenas noches. Increíble.
Día 5. MARINA – POINT LOBOS – PACIFIC GROVE –
NATURAL BRIDGE S.P. – SANTA CRUZ – MORGAN HILL (04.11.12)
He visto pasar todas las horas en el
reloj. Lo que en el Ramada llaman “deluxe continental breakfast” tiene de
deluxe lo que el recepcionista de profesional. En fin, que si vais a Marina,
alojaos en cualquier otro hotel.
Tardamos 10 minutos en conseguir echar
gasolina. En cada gasolinera los surtidores funcionan de una manera. Menuda
trama. Pero eh… no vamos a dejar que nada ni nadie nos amargue el viaje, que
hoy tenemos por delante un día intenso y, suponemos, maravilloso.
Nos dirigimos a Point Lobos, un parque
estatal que no queda muy lejos de la península de Monterey. Pagamos la entrada
y el ranger de la puerta nos explica que podemos utilizarla durante todo el día
en todos los parques estatales con el símbolo del oso. Nos da un montón de
folletos, un mapa y nos indica lo que no nos debemos perder dentro del parque.
La primara parada es Whalers Cove, un
corto paseo por un saliente de roca que permite ver la cala desde todos los
ángulos. Las formaciones rocosas y los árboles que crecen en extrañas
direcciones. El lugar es impresionante, nos quedamos sobrecogidos por la
belleza del paisaje.
Y, cuando casi estamos llegando de vuelta
al parking, vemos una cierva entre los árboles a penas a cinco metros de donde
estamos. La gente pasa a nuestro lado sin percatarse de que ella está allí,
pastando tranquilamente camuflada entre las plantas. Nos mira curiosa, sin
miedo, e incluso se acerca un poco más mientras le hacemos fotos.
De nuevo en el coche, avanzamos hasta el
parking del Allan Memorial Grove. Este increíble lugar es una preciosa arboleda
de cipreses de formas retorcidas que parecen bonsáis gigantes.
Desde el mismo parking se tiene acceso al
camino que lleva a Punta de los Lobos. Desde la rocas donde rompen las olas se
ven las rocas en las que centenas de lobos marinos se relajan al sol, aullando
y refrescándose con la espuma de mar. Es un lugar precioso que no se parece en
nada a ningún otro en el que hayamos estado.
Ya que estamos cerca de la península de
Monterey, nos acercamos a Pacific Grove, también conocida como la ciudad de las
mariposas.
Muy cerca del mar hay un pequeño parque,
una sencilla parcela pública, en la que crecen unos pocos eucaliptos que sirven
de refugio a miles de mariposas monarca durante el invierno.
Nada más aparcar, vemos las primeras
mariposas revoloteando en los jardines de las casas cercanas al parque. Hace
bastante calor así que, aunque muchas están durmiendo en los árboles, hay
docenas volando y planeando por todas partes dentro del parque. Lo más
impresionante no es el tamaño que tienen o cuántas hay, sino la sensación que
se tiene viéndolas volar a tu alrededor. Y eso es algo que no se puede vivir en
cualquier sitio.
Hay un par de voluntarias en la parte alta
del parque con un telescopio apuntando hacia las ramas de los árboles donde una
increíble colonia de mariposas duermen y se camuflan entre las hojas.
Cuando creíamos que ya no podíamos flipar
más, aparece un colibrí y empieza a alimentarse de las mismas flores que las
monarcas. Seguramente para los californianos es de lo más normal que estos
pajarillos revoloteen por sus jardines, pero nosotros nos quedamos
absolutamente maravillados ante tan increíble criatura. Y es que el colibrí no
sólo va y viene, se mete entre las flores y desaparece súbitamente para volver
a aparecer a los tres minutos, sino que se posa ante nuestros ojos y se queda
allí parado, tan tranquilo.
Todavía no me creo que lo hayamos
fotografiado. ¡Era más pequeño que las mariposas! Y chillaba muchísimo. Parecía
tener crías en algún árbol y por eso iba a posarse al arbusto hasta que cazaba
algún insecto y lo llevaba hasta el nido.
Siempre he querido ir a comer a un IHOP
(International House Of Pancakes) cuando visitara Estados Unidos y hoy nos
pilla uno cerca. La carta es abrumadora… empezando por que aquí las tortitas se
toman como nosotros tomamos el pan de barra, siguiendo por la interminable
lista de deliciosos platos para elegir y terminando por el hecho de que puedes
pedir para comer cualquier cosa, incluso los desayunos.
Pedimos un sándwich de pechuga de pollo y
bacon y otro de pollo con tomates confitados. Es muy difícil decidirse, porque
además puedes hacer multitud de combinaciones con los acompañamientos. De
postre un helado americano con nata montada y sirope de chocolate, y un café
french vanilla que pedimos para llevar. Podríamos comer aquí cada día, jajajajajajaja.
La primera parada de la tarde es Natural
Bridges State Park donde, además de una playa estupenda con un bonito arco de
piedra natural, hay un santuario donde también hibernan las monarca.
Hay una pequeña zona vallada donde crecen
las plantas nutricias de las que se alimentan las orugas. No son fáciles de
encontrar pues, como la mayoría de los insectos, se camuflan bastante bien.
En la caseta de información hay una
exhibición sobre el ciclo de vida de estas mariposas y la ruta de migración
entre Canadá y México que realizan cada año millones de ejemplares por la costa
del Pacífico.
La zona de eucaliptos donde duermen las
mariposas es mucho más grande que la de Pacific Grove y hay muchas más monarcas
aquí, pero el hecho de que sea por la tarde y que la temperatura haya
descendido algunos grados, hace que la mayoría estén en los árboles y la
sensación sea menos impresionante que la que vivimos por la mañana.
Además es domingo y hay bastante gente que
ha venido a la playa y ha aprovechado para visitar el santuario, así que toda
la magia de la experiencia se pierde.
Nos acercamos a la playa. Es una zona muy
tranquila, sin grandes olas gracias la formación de las rocas, a la que van
familias con niños a pasar el día y hacer picnic.
Desgraciadamente la marea está muy alta y
no se puede ver aún el arco natural, pero si nos quedamos hasta la puesta de
sol no nos quedará tiempo para visitar el último lugar que tenemos hoy en
nuestra lista. Por eso tomamos unas últimas fotos y nos ponemos en marcha en
dirección Santa Cruz.
Santa Cruz es precioso. La gente va
paseando, en bici y en patines por el paseo que hay junto a los acantilados y
la playa. Se respira un ambiente relajado y festivo, todo el mundo disfruta del
buen tiempo.
Hay muchos de surfistas en el agua y nos llama la atención la
cantidad de gente con sus perros que hay jugando en la playa sin ningún
problema o prohibición. Se nota que aquí todo el mundo disfruta de la vida,
parece incluso que el tiempo transcurriera de otra manera y nos dan ganas de
mudarnos a cualquiera de las maravillosas casas de madera que hay allí.
Decidimos quedarnos hasta que se ponga el
sol. Vamos andando hasta el Lighthouse Field y no nos extraña ver gradas montadas
y cantidad de gente allí reunida, pues Santa Cruz es la cuna del surf de
Estados Unidos. Parece que hay una prueba de algún campeonato
Nos hacemos un sitio en un saliente de
roca y nos quedamos absolutamente alucinados con las enormes olas que se forman
de la nada. El mar parece estar en calma, pero es tal la corriente de las aguas
profundas de la bahía de Monterey que las olas crecen mágicamente a medida que se
acercan a la costa.
Todos los surfistas no profesionales están
esperando en la orilla, pues tienen prohibido meterse en el agua hasta que
finalice la prueba. Pero en el momento que acaba, cuando el sol comienza a
tocar la línea del horizonte, saltan desde las rocas para coger las últimas
olas.
Es difícil decirlo, pero hoy probablemente
ha sido el mejor día de cuantos llevamos en California. Estamos cansados, es de
noche y se agradecen muchísimo las líneas amarillas del centro de la carretera,
que ayudan a no perder la dirección.
Nos vamos hacia Morgan Hill donde, por
cuestiones de trabajo, tendremos que pasar tres días. Menos mal que se han
portado y, para resarcirnos de los últimos hoteles, vamos a una residencia de
la cadena Marriot.
Noche en Morgan Hill
Marriott Residence Inn
Día 9. MORGAN HILL – POINT ARENA – MILL VALLEY
(08.11.12)
Ni que decir tiene que la experiencia
Marriot es incomparable. El apartamento, el trato de todo el personal, las
instalaciones, las cenas y desayunos… Creo que es insuperable. Pero todo tiene
un fin, qué lástima.
Antes de empezar la ruta del día, hacemos
una parada en Cupertino por pura curiosidad. Todos los edificios son de Apple,
con manzanitas de diferentes colores. Hay una tienda junto al Infinite Loop
Building donde venden merchandising de la empresa, desde camisetas y lápices
hasta termos para el café, pero nada de tecnología: ni MacBooks, ni iPods, ni
iPads, ni nada. Además los dependientes están un poco zombis… se ve que no
están acostumbrados a la presencia humana y, cuando les preguntas, se quedan
procesando como si su cerebro les diera error del sistema.
Seguimos por la carretera hacia el norte y
llegamos a San Francisco cruzando el Golden Gate. Tengo que reconocer que
íbamos con la boca abierta y un poco emocionados. Hace un tiempo de perros y,
justo cuando estamos en mitad del puente, se pone a llover como si no hubiera
mañana, nos adelanta un camión de la basura y, durante unos segundos, no vemos
nada de nada.
Hoy no hay tiempo para pararse a hacer
fotos en San Francisco si queremos llegar hasta Bowling Ball Beach, así que
tomamos la carretera de la costa y al rato entramos en Sonoma Coast State Park.
Desde el minuto uno nos quedamos
alucinados. La vegetación tiene unos colores indescriptibles, los acantilados
una altura considerable y las olas que rompen en las rocas le dan un dramatismo
bárbaro al paisaje.
Hace mucho mejor tiempo aquí, así que nos vamos
parando en cada mirador. Y aunque el viento es bastante fuerte, eso le viene de
perlas a las gaviotas, pelícanos y águilas pescadoras de la zona. Es un espectáculo
para la vista verlas planear, subir y bajar con las corrientes y desaparecer en
la lejanía.
A medida que nos acercamos a Gualala, la
carretera se vuelve cada vez más retorcida y tortuosa. Además hay muy poco
arcén, con lo que debemos bajar considerablemente la velocidad para no tener
ningún percance.
Paramos a comer en el Bones Roadhouse, que
está junto a la carretera y donde vemos varios lugareños dando buena cuenta de
los generosos platos que sirven. Sus hamburguesas con salsa barbacoa casera son
conocidas en toda la zona.
El lugar es de lo más pintoresco: está
lleno de matrículas de coche, cubos, aviones y camiones colgados del techo en
la zona de comedor; tiene vistas al mar, los dueños son simpatiquísimos y
tienen un buldog enoooorme (y muy dócil) que sale a recibirte cuando entras y
se pasea de vez en cuando entre las mesas. Pero lo mejor es la zona del bar,
cuyo techo y paredes están completamente empapeladas con billetes de un dólar
customizados por todo el que ha pasado por allí. Por supuesto, nosotros dejamos
el nuestro pinchándolo con el curioso artilugio que tienen para ello.
Mientras comemos cae otro chaparrón
considerable, pero escampa en cuanto reemprendemos la marcha. Por esta zona hay
que tener muchísimo cuidado porque, como ya he dicho, no hay prácticamente
arcenes, es un terreno abrupto y los ciervos campan a sus anchas… De hecho
tenemos un par de sustos, pues algunas parcelas están valladas y cuando se
asustan tienen tendencia a cruzar la carretera. Menos mal que, de vez en
cuando, hay un arrimadero donde pararnos a descansar y a reponernos del encuentro.
Parece que las tormentas nos van a aguar
la visita (nunca mejor dicho). Ya sabíamos que esto iba a ser una lotería, porque
todo dependía de la marea que, para nuestra desgracia, ha subido muy rápido
debido al tiempo inestable.
Según mis cálculos, debíamos haber llegado
ya a Bowling Ball Beach… pero no hay ningún cartel que indique nada y seguimos
hasta Point Arena.
En el faro, mientras cae un aguacero del quince, preguntamos a un
lugareño que habla con un policía y nos indican que la playa está junto a un
“narrow bridge” y que hay una zona de aparcamiento sólo en sentido sur. Lo
encontramos sin problemas y esperamos un ratito en el coche a que deje de llover.
Como he dicho, desgraciadamente la marea
estaba muy alta y no pudimos ver las rocas por las que es famosa esta playa,
pero aún así la visita mereció la pena.
Bowling Ball Beach, en el condado de
Mendocino, es conocida por las hileras de rocas que el tiempo y la erosión han
convertido en bolas de piedra
perfectamente moldeadas.
La geología de la zona es impresionante y
única, no sólo por las rocas esféricas que van desde el tamaño de una bola de bolos hasta los 3’5 metros de diámetro, sino por las diferentes capas
de sedimentos y los fósiles del Mioceno.
(Fotografía: Gary Crabbe - http://500px.com/photo/804384)
Paseamos un rato por la playa, nos
asomamos entre las rocas y esperamos a que se ponga el sol. El lugar es tan
bonito que pronto se nos pasa la decepción. Si alguna vez vais por allí, no
dudéis en hacer esta visita.
Se empieza a hacer de noche y tenemos
muchas millas y unas cuantas curvas hasta el hotel de hoy. Vamos con el doble
de cuidado porque los ciervos siguen por todas partes y la oscuridad es casi
absoluta.
Sólo paramos una vez, en uno de los
miradores de la costa, para ver las estrellas. La ausencia de luz no es total,
porque de vez en cuando pasa algún vehículo, pero aún así sacamos el trípode e
intentamos llevarnos un recuerdo de la bóveda estrellada y sin una sola nube
que hay en el cielo.
Llegamos a Saulsalito, donde según el mapa
de booking.es está nuestro hotel. Ni rastro del Tam Woods Hotel por allí.
Después de darle unas cuantas vueltas a la reserva y de preguntar a un taxista,
vamos a Mill Valley (a un par de kilómetros al otro lado de la autopista) y,
justo a la entrada del pueblo, vemos el alojamiento. Desde luego, los de
booking.es se han lucido, porque al recepcionista no le consta nuestra reserva.
Afortunadamente nosotros llevamos todos los papeles y hay habitaciones libres,
así que no hay ningún problema (incluso nos respetan la oferta de nuestra
reserva).
Antes de ir al hotel, hemos parado a cenar
en in IHOP porque estábamos casi desmayados. Desde que llegamos a Estados
Unidos y vimos que se podían pedir desayunos a cualquier hora del día, hemos
querido hacerlo. Así que no nos cortamos y pedimos una montaña de tortitas para
cada uno.
Noche en Tam Woods Hotel,
Mill Valley
Día 10. MILL VALLEY – SAN FRANCISCO – MILL VALLEY
(09.11.12)
La cama era una pasada. Menos mal que
hemos podido descansar antes de que una docena de obreros empezaran a hacer
ruido por todas partes. Vamos a ver, alma de pollo… si vas a reformar el hotel
¡ciérralo! Más que nada porque los clientes están pagando por oír a los
pintores moviendo muebles en la planta de abajo, al del camión descargando
máquinas y material en el parking, a los jardineros poniendo una valla nueva,
al de la radial cortando el asfalto… Vamos, una locura.
Después de una buena ducha y un desayuno
un poco austero, subimos con el coche a Conzelman Road, desde donde se ve la
ciudad de San Francisco, el Golden Gate, la bahía, Alcatraz y Kirby Cove. El
sol nos da justo de frente, pero no vamos a quejarnos ya que, comparado con el
día que hizo ayer, es un verdadero regalo que hoy no llueva. Todavía es
temprano, así que no hay nadie en el mirador.
Antes de ir a la ciudad, nos acercamos al
Best Buy (el “Compramás” de Chuck) de Mill Valley a comprar unos encargos. El
dependiente, totalmente desganado, parece un auténtico zombi. ¿Qué le pasa a la
gente?
Cruzamos el Golden Gate (que de entrada a
San Francisco cuesta 6$) y nuestra primera parada es Twin Peaks, unas colinas
gemelas en el centro de la ciudad que ofrecen una vista espectacular de 360º.
Junto al aparcamiento, hay un grafitero
haciendo cuadros con escenas típicas de la ciudad a una velocidad increíble. El
tipo se da una maña que deja impresionado. Pero, a parte del espectáculo de
verle dibujar, no tiene mucho éxito entre los turistas que se conforman con
curiosear un poco.
Las vistas del barrio financiero son alucinantes.
Se ve perfectamente California Ave. entre medias de los rascacielos. Pero
también se ve el Golden Gate, la bahía, el enorme parque de la ciudad… Vamos,
que mires donde mires hay algo interesante. Incluso las casas más cercanas, de
colores y muy pintorescas, que parecen un trenecito en la subida a la colina.
Las calles de San Francisco son
chulísimas, tal y como se ven en las películas: subidas y bajadas infinitas. Vamos
hacia Japan Town y, para llegar allí, pasamos por un extremos del Golden Gate
Park donde hay concentrados docenas de vagabundos al más puro estilo Walking
Dead deambulando en todas direcciones en manada. Ya había leído en alguna parte
que la diferencia de clases en San Francisco había avocado a mucha gente a la
pobreza extrema, pero no esperaba esto.
Nos llama mucho la atención que en casi
todas las esquinas hay señales para los ciclistas, no sólo las que informan de
las direcciones y rutas, sino también algunas que advierten de rachas de aire o
tráfico peligroso.
En Japan Town todos los carteles están en
japonés, muy considerado por parte del ayuntamiento. Seguimos hasta Alamo
Square donde están las famosas casitas “painted ladys”.
Aunque son una monada, no vamos a
entretenernos mucho así que, mientras Miguel hace unas fotos, yo espero en el
coche (por si viene algún policía, ya que no hemos sacado ticket del
parquímetro) y me río a gusto de una chavala que no para de hacer el moñas con
los pulgares mientras su novio, muerto de vergüenza, le saca fotos una y otra
vez.
Paramos también en Castro, el que dicen es
el barrio gay más grande del mundo. Echamos tres moneditas de un cuarto de
dólar en el parquímetro y tenemos 25 minutos para pasear por la zona (¡¡es que
no llevábamos más monedas y sólo aceptan las de ¼!!).
Hay librerías preciosas, boutiques de ropa
muy moderna y alternativa, pastelerías y tiendas de delicatessen en las que podrías pasar un día entero
comiendo cosas deliciosas y mucha gente por todas partes disfrutando de las
terracitas y el buen tiempo.
Es temprano, así que parece que el barrio
aún no ha cogido ritmo. Pero nosotros lo preferimos así, podemos caminar
tranquilamente y hacer fotos a los grafitis, los tranvías, las curiosas
entradas de las casas decoradas con todo tipo de material reciclado convertido
en macetas… Realmente es un lugar con mucho encanto y que destila buen rollo.
Cruzamos el barrio chino y nos quedamos
alucinados, no sólo porque todos los letreros de calles y comercios estén en
chino y porque sólo haya ciudadanos chinos (a centenares) por todas partes… Sino
porque hay carromatos, tuctucs y mercadillos por todas partes tal y como te lo
esperarías si estuvieras en China.
Eso sí, el callejón famosos de Karate Kid
es un tolao, todo hay que decirlo. La pena es que no podemos parar para
perdernos porque hemos entrado por el lado equivocado. Aún así,
desde el coche vemos cantidad de cosas curiosas, como libros colgando en
los cables de una punta a otra de la calle o edificios completamente cubierto
con dibujos realmente trabajados.
Vamos hasta The Embarcadero, donde están
todos los muelles. Hay un gran parking que, aunque cuesta 8$ la hora, es lo más
barato en la zona. ✖
✖
✖
!!! No sé si realmente podríamos haber dejado el coche en otro sitio y haber
venido en autobús urbano… Ni idea.
Entramos a comer a uno de los muchos
restaurantes que hay. Cuando salimos, aunque el hace un bonito día con el sol
brillando en el cielo despejado, el viento sopla del norte y te deja la cara
helada. De hecho medio país está en alerta por la borrasca que viene de Alaska
y que en los próximos días llegará a California.
Avanzamos muy lentamente porque todo es
pintoresco y llamativo y, cada vez que pasa un tranvía, una motoreta, un tío en
bici o una nave espacial, Miguel lo filma o fotografía, jajajajajaja.
La acera “interior” de The Embarcadero está
llena de tiendas de todo tipo: restaurantes, dulces, antigüedades, figuras
decorativas gigantes, decomisos, loppis* variadas y souvenirs. (*Loppis:
palabra noruega que utilizan en el país nórdico para denominar a toda la
porquería que uno guarda en el trastero/garaje y que un día decide vender
poniendo en su jardín un mercadillo).
Entramos en alguna tienda para comprar a
la familia los típicos recuerdos y, junto al acuario, descubrimos una muy
llamativa donde venden cantidad de cometas, voladores y molinillos de los que
se ponen en las macetas. Es un espectáculo en sí mismo todo el colorido, la
música y las pompas de jabón que flotan por la entrada.
Al lado hay un músico callejero, con una
batería de percusión y un equipo de música que emite las bases de las
canciones, dando un auténtico concierto. El tipo es realmente simpático y tiene
al público en el bolsillo.
Volvemos a Pier39, pues hemos llegado
andando hasta el veintitantos, y entramos en lo que es el muelle en sí. Todo el
suelo es de madera, las tiendas y restaurantes tienen dos alturas y la sensación
es de estar en un pequeño parque de atracciones.
Decir que es un lugar pintoresco y de
obligada visita es una obviedad, pero es que realmente lo tienen muy bien
montado. Hay incluso alguna cafetería donde puedes tomarte un helado o un
refresco mirando al mar… lo tienen todo pensado.
Por supuesto, lo más espectacular y
conocido de Pier39 no son las bonitas embarcaciones que hay amarradas en los
muelles, sino la colonia de leones marinos que se echa la siesta allí.
Son unos animales realmente cachondos.
Parece que están durmiendo apaciblemente o disfrutando de la tarde soleada en
calma total, pero cada vez que uno se mueve, entran en una especie de frenesí y
comienzan a gruñirse, tirarse bocados y aullar hasta que el que se había movido
pasa literalmente por encima de todos los demás y se coloca en su sitio.
Pasamos un buen rato haciéndoles fotos y,
sobre todo, disfrutando de tener tan cerca unos animales tan increíbles.
Empezamos a estar cansados, así que vamos
al parking y nos quedamos alucinados cuando vemos que hemos tenido allí el
coche 2 horas y 58 minutos. Dos minutos más y en lugar de 24 dólares, hubieran
sido 32.
Callejeo con mi mapa hasta que doy con la
manera de bajar por Lombard St., otro lugar que no te puedes perder si vas a
San Francisco. Tiene mucha gracia la bajada porque, mientras vamos en el coche,
hay docenas de turistas en cada curva haciendo fotos.
Vamos hasta Land’s End, en el extremo
oeste de la ciudad, intentando obtener una mejor vista del Golden Gate al
atardecer, pero no hay manera… a menos que te pegues una pateada hasta la playa
dejando el coche en un aparcamiento con claras señales (muchos cristalitos rotos
en el suelo) de que aquí roban. Nos conformamos con ver el puente entre los árboles.
Nos metemos en la marabunta de coches que
cruza el puente para salir de la ciudad y nos vamos al hotel a organizar todo
para el día siguiente. Se nos bloquea el check-in on line de tanto intentarlo
antes de tiempo, pero confiamos en que mañana todo vaya bien.
Salimos a cenar a un Denny’s que nos queda
a 4 minutos. Filetes rusos con salsa, maíz y patatas fritas para mí; pechugas
de pollo con salsa barbacoa, puré de patatas con queso fundido y happy corn
para Miguel, con pan de ajo y un postre para chuparse los dedos.
Noche en Tam Woods Hotel, Mill Valley
Día 11. MILL VALLEY – SAUSALITO – POINT BONITA – MADRID
(10.11.12)
Nos levantamos tranquilamente y terminamos
de hacer las maletas antes de ir a desayunar. La verdad es que el hotel está
situado junto a un lugar increíble. Hay una especie de marisma y un paseo que
une Sausalito y Mill Valley por el que hay cantidad de gente montando en bici,
paseando y corriendo.
Después de desayunar y meter las maletas
en el coche, damos una vuelta caminando por la zona. Hay un muelle con casas
flotantes y hasta una avioneta en el agua.
Como tenemos toda la mañana libre antes de
coger el avión de vuelta a casa, decidimos ir a Muir Woods State Park que está
en la misma carretera que Kirby Cove.
Desgraciadamente es sábado y la entrada al
parque es gratis (no sabemos si lo es todos los sábados o sólo hoy), pero la
cantidad de coches que hay en los parkings e incluso en los bordes de la
carretera durante tres kilómetros nos hacen desistir y, como ya hemos visto
sequoias en Yosemite y en Sequoia N.P., avanzamos hasta la playa.
Muir Beach es una playa pequeña pero
preciosa donde la gente va a pasar el día en familia, a hacer deporte o a
pasear con el perro, pero lo más llamativo es que está saliendo directamente
del bosque y hay unas pocas casitas de afortunados por toda la colina que
tienen vistas al mar.
No queremos irnos de California sin
visitar Sausalito. Allá que vamos. Ni qué decir tiene que los pueblos de la
costa de California tienen mucho encanto, pero Sausalito es un tema a parte.
Su situación en el mapa es absolutamente
privilegiada, con unas vistas a la ciudad de San Francisco que casi parece que
la puedas alcanzar con la mano.
Sus más de 400 casas flotantes, las
tiendas, restaurantes y hoteles, el ambiente entre bohemio y lujoso… hacen de
Sausalito un lugar completamente diferente.
Desde Sausalito sale un ferry a San
Francisco y otro a la prisión de Alcatraz. Pero se no tenemos tanto tiempo, así
que tendremos que dejarlo para la próxima vez.
Desde allí nos vamos a Point Bonita,
dentro del Golden Gate National Recreation Area, desde donde hay unas preciosas
vistas del puente y la ciudad de San Francisco. Desde el aparcamiento, hay un
agradable paseo por los acantilados y, antes de llegar al faro en sí, vemos una
colonia de focas tomando el sol en una roca.
El faro está aún en activo, pero los
servicios del parque permiten el acceso a él y la guarda costera lo mantiene y
lo cuida.
Quizá el faro no sea gran cosa por dentro,
pero las vistas a la bahía son fabulosas.
Haciendo el camino de vuelta, paramos en
varios miradores porque uno no se cansa de las vistas. Probablemente el Golden
Gate sea uno de los puentes más fotografiados del mundo, pero es que es
inevitable.
Nos ponemos en marcha y cruzamos San
Francisco siguiendo la línea de la costa, en lugar de hacerlo por el centro de
la ciudad. Nos quedamos impresionados con la playa kilométrica que hay en la
orilla oeste de la península.
Hay docenas de personas haciendo kite
surf, jugando al voley playa y corriendo por todas partes. Y cuando digo que la
playa es kilométrica quiero decir que es kilométrica ¡textualmente! ¡¡No se
acaba nunca!! En mi vida he visto una playa más larga.
Comemos en un Denny’s y echamos gasolina
antes de entregar el coche en el aeropuerto. Y, como en este país nunca dejamos
de sorprendernos, nos quedamos alucinados al ver cómo un coche de policía
persigue y para a una señora que no ha respetado el límite de velocidad; le
extiende una receta y los dos se van. En la misma calle, el flash de un radar
escondido detrás de un arbusto salta dos veces seguidas. Hay que andarse con
cuidadito.
Cuando llegamos al parking del aeropuerto,
Miguel ve los pinchos en el suelo y tengo que bajarme para cerciorarme de que
se bajan cuando vas a entrar. Todo el mundo se pone como loco y el resto de
conductores nos hacen señas para que continuemos y no demos marchas atrás (se
nos pincharían las ruedas).
Una vez en el avión el cansancio se
apodera de nosotros y nos quedamos dormidos. El vuelo es un poco más corto (9
horas) y, después de hacer la escala en Londres, llegamos a Madrid a las 8 de
la tarde.
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