martes, 2 de julio de 2013

Marruecos (parte 1)



Nuestro plan. Casi dos semanas para recorrer el interior de Marruecos. La costa la dejamos para próximas ediciones.




MOVILIDAD
Para moverse por Marruecos lo mejor es el coche. Nosotros bajamos desde Madrid con el nuestro, pero se puede ir en avión a Marrakech, por ejemplo, y allí alquilar uno. También hay agencias de viaje que te ponen coche con conductor.
La mayoría de carreteras en Marruecos, a pesar de lo que hayáis oído, están mejor que muchas carreteras secundarias españolas. Hay algunos tramos de autopista en el norte, pero casi todas son comarcales de doble sentido. En algunas zonas (pocas), las carreteras tienen los bordes completamente comidos por lo que todo el mundo circula por el medio (ocupando la mitad de cada carril) y se aparta cuando otro vehículo viene en dirección contraria.
Hay que tener especial precaución y mucha paciencia en las zonas urbanas, no sólo en las ciudades y pueblos grandes (donde el caos circulatorio es el pan nuestro de cada día), sino también a las afueras y en las villas pequeñas o agrupaciones de casas. Los marroquís se desplazan en coches, taxis (que paran en cualquier sitio sin la más mínima señalización), motocicletas, bicis, burros, carretas… y ahora están muy de moda los tuctucs chinos. No son muy dados a utilizar intermitentes ni a respetar la prioridad, se avisan de todo tocando el claxon y esquivan a los peatones, que cruzan por cualquier parte. Así que donde fueres, haz lo que vieres. Paciencia y a disfrutar. 
Mucha, muchísima precaución por la noche. El tráfico es el mismo que durante el día y no tienen muchas luces, textualmente. Los coches suelen llevar únicamente las luces de posición o como mucho las de cruce (siempre hay algún desalmado que va con las largas por toda la carretera aunque se cruce con todo el mundo), pero el resto de vehículos son prácticamente invisibles. Los cascos de moto/bici y los chalecos reflectantes son prácticamente inexistentes, así que circulad con los ojos bien abiertos.
Es importante respetar las señales, sobre todo los límites de velocidad y las líneas continuas, pues a la policía le encanta ponerse con los radares por todas partes. Los marroquís son muy solidarios en este aspecto y, siempre que hay un control de policía, van dando las luces al resto de conductores para prevenirles. Si os paran y os multan por exceso de velocidad quizá podáis “negociar” el precio de la multa con el policía, pero ojo… algunos no están por la labor y podrías tener doble sanción; así que id con cuidado.
Hay muchas pistas y caminos que llevan a lugares realmente maravillosos, pero absteneos de aventuras si no vais en un 4x4… puede ser peligroso y difícil conseguir asistencia. Aunque tengáis experiencia y vayáis en un 4x2 podéis meteros en algún lío, como ya veréis más adelante.
Un mapa Michelin será suficiente para moveros por las carreteras marroquís, aunque nunca está de más un GPS que nos ayude a encontrar ciertos lugares… como los hoteles, que nunca están donde Google maps dice que están.
ALOJAMIENTO
Lo mejor en nuestra opinión son los riad (“dar” en algunas zonas). Un riad es una casa tradicional marroquí convertida en hotel donde podremos encontrar un ambiente acogedor por un precio razonable. Como en todas partes, hay de todo. Los hay que están muy cuidados y muy bien llevados aunque se encuentren dentro de la medina y los hay que necesitan un repaso porque los dueños lo tienen un poco abandonado. Lo más aconsejable es pedir referencias a algún amigo o conocido e ir a lo seguro.
El poder adquisitivo en Marruecos ha aumentado mucho en los últimos años, así que han proliferado los hoteles “de lujo” de corte europeo que a ellos les gusta disfrutar. Para nosotros, este tipo de sitios pierden todo el encanto y, como veréis por el relato de los días, suelen ser un chasco.

En la zona del Erg Chebbi existen infinidad de posibilidades, desde pequeños albergues y campings hasta kasbahs de lujo que son como verdaderos oasis. Os aconsejamos la última opción, es algo que querréis repetir.  
 
COMIDAS
Marruecos es un país que recibe muchísimos visitantes así que, sobre todo en las grandes ciudades y pueblos más turísticos, la oferta es bastante variada comparada con lo que podemos encontrar en lugares más remotos. La cocina francesa les encanta y ahora está muy de moda también la italiana (pasta y pizza). Pero sin duda, lo mejor es la cocina tradicional marroquí.
Al contrario de lo que muchos suelen pensar, la comida no está tan especiada. En el cuscús, por ejemplo, el caldito (que pica un poco) suelen ponerlo separado para que te lo eches sólo si quieres. Es imprescindible probar los diferentes tajines de pollo, cordero, vaca y kefta (albóndigas), las verduras absolutamente deliciosas y las tortillas. En las zonas costeras, el pescado y el marisco es realmente fresco, aunque no os aconsejo comerlo en zonas de interior por el tema de la refrigeración de los alimentos.
Notaréis que las frutas y verduras tienen un sabor espectacular pues no utilizan para cultivarlas ningún tipo de fertilizantes ni insecticidas, pero ojo con comer ensaladas si sois de estómago delicado: todo lo lavan con agua corriente y esto puede jugarnos una mala pasada si somos un poco sensibles. Por este mismo motivo no debéis tomar bebidas con hielo (aunque pidáis una cocacola y sólo esté “fresquita”) y el agua siempre ha de ser embotellada.
Otra cosa absolutamente deliciosa en Marruecos es el pan, que sabe un poco dulce y que podéis comprar en cualquier tienda de alimentación desde 1’5 dhm (0’15 €), y las crepes bereberes para desayunar que, recién hechas, son un auténtico manjar con cualquier mermelada. 

FECHAS
Desde principios de octubre hasta Semana Santa, Marruecos es un hervidero. No me entendáis mal, es la época menos calurosa allí y la que da más posibilidades de disfrutar de la manera más agradable de las zonas situadas más al sur o en el interior. Por eso es cuando se realizan la mayoría de viajes organizados y privados, así como el momento que utilizan muchos pilotos de rally para entrenar. Es su temporada alta.
Ir en verano a las dunas es exponerse a temperaturas que seguramente no soportaremos. Pero ir en invierno también puede suponer que nos llueva, que nieve en las zonas de montaña y encontremos pasos cerrados, y que algunos hoteles estén llenos.
Nuestro consejo es evitar los puentes y vacaciones principales, de hecho nosotros hemos estado después de Semana Santa pero antes del puente de mayo.
OTRAS CUESTIONES
* Para ir hasta Marruecos desde España en nuestro propio coche, obviamente hay que coger el ferry. Tenemos varias opciones, tanto para el punto de origen como el de llegada. Hay que tener en cuenta que, además del barco, hay que pasar los trámites fronterizos y eso nos va a llevar un rato, así que hay que calcular bien el tiempo. Una opción buena es coger el ferry que sale desde Almería a Nador, pues se pasa la noche en él y la llegada es temprano por la mañana, con lo que podemos no sólo pasar la frontera tranquilamente sino aprovechar el día de ruta. La única pega es que hay pocas plazas para este barco, así que sacad los billetes con antelación.
Actualmente hay varias compañías que prestan servicio de ferry entre España y el norte de Marruecos. Los billetes se pueden adquirir por internet, en las casetas que hay en muchas gasolineras a lo largo del camino hacia Andalucía e incluso en la propia estación marítima. 
Nosotros viajamos con Acciona Transmediterránea. Yo siempre he usado esta compañía pues me parece muy fiable y responsable. Además (no sé si otras empresas lo harán), puedes usar el billete dentro del mismo día aunque lo hayas sacado para una hora distinta.
* Los trámites fronterizos serán nuestra primera lección en Marruecos: prisa mata hombre, armaos de paciencia. Tenemos que hacer el trámite del pasaporte, rellenando unas hojitas que se pueden conseguir en las taquillas de la frontera o que puede facilitarnos la agencia de viajes (y que también tienen muchos personajillos que pululan por allí y que pueden ayudarnos a rellenarlas). Los datos son los típicos: nombre, apellidos, nacionalidad, profesión (¡ojo! no poner nada que pueda resultar sospechoso o incómodo como periodista o fotógrafo, es mucho mejor utilizar palabras más generales como empleado). 

Esta hoja, junto con el pasaporte, tenemos que entregarla en la ventanilla para todas las nacionalidades, comprobarán los datos y nos devolverán el pasaporte sellado con un numerito (CIN) y la fecha de entrada, que habrá que mostrarle a la policía en la salida de la frontera. Además, si vamos con nuestro coche, tenemos que hacer los trámites de importación temporal del vehículo. El documento se puede hacer por internet (muy aconsejable) en esta web: http://www.douane.gov.ma/web/16/45#http://www.douane.gov.ma/d16ter/formAT.jsf. Tened paciencia porque el sitio no funciona muy bien y hay que imprimir una hoja que sale con tres códigos de barras. Yo lo conseguí al segundo intento… Si no podéis hacerlo, tenéis que pedir el formulario en la ventanilla correspondiente en la frontera. Entonces, le damos al funcionario el pasaporte sellado, la documentación del coche y el formulario relleno. Lo comprobarán, anotarán algo y nos devolverán dos tercios del formulario junto con nuestra documentación. A la salida del país repetiremos todos los trámites (pasaporte y coche) y se quedarán con otro pedazo del formulario de importación temporal del vehículo. El tercer pedazo es para nosotros y debemos guardarlo SIEMPRE, aunque cambiemos de coche. Este papel es el que demuestras que hemos sacada nuestro vehículo de su país y que no lo hemos vendido allí. Os lo pueden solicitar en un próximo viaje aunque viajéis con otro coche, porque queda vinculado a la persona, no al vehículo.
 
DÍA 1. MADRID - CEUTA - TETUAN (13.04.13) >>723 km.<<

Nos levantamos temprano, desayunamos, bajamos todo al coche e, increíblemente, a las 9 ya estábamos saliendo. Antes de lo que pensábamos habíamos dejado atrás Valdepeñas y estábamos en el mar de olivos de Jaén. 
Decidimos parar en Málaga a comer y, como todos los malagueños habían salido en masa a comer fuera de sus casas, acabamos en el parking del Ikea (bajo los paneles solares que hacen las veces de tejadillo) comiendo algo rápido pues todos los restaurantes que vimos estaban llenísimos. Al final nos viene bien porque no tenemos tiempo que perder.
Enfilamos hacia el puerto de Algeciras y, antes de las 17:30, ya estamos sentados en el saloncillo de popa del barco. Una vez en Ceuta, vamos directos a la frontera y la pasamos en un santiamén, pues tardamos poquísimo en hacer los trámites de los pasaportes y el vehículo. No veo por ninguna parte las ventanillas de cambio de moneda, así que vamos directamente dirección Tetuán.
En Marruecos no han cambiado la hora, así que son dos menos que en España y la gente está por la calle, disfrutando del buen tiempo, paseando por la playa y comiendo palomitas.
 
30 kilómetros después llegamos a Tetuán. Con el mapa del iPad intentamos llegar lo más cerca posible de la medina, donde está el riad. Nos metemos por las calles que llevan al parking público y parece ser que estamos en plena hora de mercado. 
Todo está lleno de puestos de fruta, de ropa, de cachivaches variados y hay riadas de gente andando en todas direcciones. Avanzamos muy lentamente hasta que llegamos a un punto en el que es imposible seguir sin atropellar a alguien. Finalmente y después de unos momentos un poco estresantes al más puro estilo Walking Dead, llegamos al parking. (La foto corresponde a la mañana siguiente, cuando había muchísima menos gente)
Cogemos un macuto con lo imprescindible y nos adentramos en la medina con la esperanza de llegar pronto al hotel, pero en el mapa no vienen estas callejuelas y avanzamos tirando de intuición entre un sinfín de tiendecitas de todo tipo, cada cual más alucinante y surrealista: pescado fresco, pollos vivos, artículos de piel, caftanes, pan, especias, espejos, fogones y cualquier cosa que se pueda imaginar. 
De pronto un lugareño nos aborda y comienza a guiarnos hasta el riad. El tipo es muy majo pero anda muy deprisa esquivando gente y Miguel, que va cansado, se me va quedando atrás. Intenta convencernos para hacer una visita guiada a la medina, pero estamos demasiado agotados. Llegamos por fin a la puerta del riad y nos damos cuenta de que está en un a callejuela que habíamos pasado de largo y que tiene salida a la calle principal, por donde es mucho más fácil encontrarlo. Antes de entrar, salimos con nuestro improvisado guía la avenida y vamos hasta un establecimiento de cambio de moneda. Le damos una propina y volvemos al riad a instalarnos.

El hotel es precioso. Nunca hubiera imaginado que en el caos de la medina pudiera encontrarse un lugar tan silencioso, que invite así al relax y la tranquilidad. El chico que nos ha abierto la enorme puerta de madera maciza nos invita a un té y nos toma los datos. Nos informa sobre el desayuno y que si queremos cenar allí hay que avisar con dos horas de antelación, pero tenemos otros planes.
La recepción está en el patio interior, junto a una pequeña fuente; al otro lado, el comedor y una terracita. Las habitaciones se reparten en varias plantas alrededor del patio y, aunque la que nos dan es la primera según subes por las escaleras, es tan sencilla y bonita que nos parece maravillosa.
Dejamos las cosas, nos aseamos y cogemos algo de abrigo, porque se ha levantado un viento un poco molesto. Salimos a dar una vuelta y a buscar el restaurante que una compañera de Miguel nos ha recomendado. 
Se ha hecho de noche, las tiendas están cerrando y hay menos gente en las calles. En la avenida principal hay docenas de chicos vendiendo ropa “de marca”, teléfonos móviles y gafas de sol al más puro estilo top  manta. 
Todo nos resulta curioso y atractivo. Y, aunque al principio caminábamos con cierto recelo, la verdad es que no hay ningún peligro o movimiento extraño.

A pesar del cansancio, Miguel va como un japonés pasándoselo pipa y fotografiándolo todo, empapándose de este ambiente que a mí me resulta casi familiar. 
Esta será mi novena visita a Marruecos, la primera puramente turística, y a lo largo de viaje me sorprenderá todo lo que me quedaba por descubrir… y todo lo que aún me quedará.

Vamos a cenar a El Reducto, un establecimiento que combina restaurante y riad regentado por Ruth, una simpática española, e Ibrahim, un hombre encantador y realmente amable.
La temporada alta ha acabado, así que sólo hay una pareja tomando un piscolabis en el restaurante. Ibrahim nos da a elegir cualquier sitio en el restaurante y nos situamos en una cómoda esquina llena de cojines.
Abrimos el apetito con unas aceitunas de la tierra y, para cenar, pedimos una ensalada de la casa, cuscús de verduras y tajín de kefta (albóndigas) y, aunque las raciones parecen pequeñas, acabamos llenos, sin espacio para un postre típico. 
A la salida del restaurante, se nos acerca otro lugareño y se pone de parloteo como si nos conociera de toda la vida. Que si ha vivido en La Latina en los años 80, que qué bonito es Madrid y Barcelona, que si queremos un guía para ver la medina al día siguiente y, como no, que si queremos un “chinita pequeñita”. Gracias pero no, gracias. 
Estamos absolutamente agotados, ha sido un día muy largo y estamos deseando meternos en la cama pues la verdadera aventura empieza mañana.
 Hotel Blanco Riad
25 Rue Zawiya kadiria, Tetuan
(34) 606 96 59 70 / (212) 610 487 829
www.blancoriad.com

El Reducto Maison d’hôte & Restaurant
Zankat Zawya nº38, Tetuan
(212) 539 96 81 20
www.riadtetouan.com



Día 2. TETUÁN - AZROU (14.04.13) >>360 km.<<


Desgraciadamente, la ventana de la habitación Moraira da a una de las callecitas de la medina y aquí la gente no se recoge pronto. Además la casa de al lado es una mezquita y al alba han llamado a la oración pegándonos un susto de muerte, pues parecía que el muecín estuviese dentro del dormitorio. Menos mal que no ha durado mucho.
Desayunamos panes variados recién hechos con mantequilla y mermelada, queso fresco de Tetuán y aceitunas negras, con té marroquí y zumo de naranja recién exprimido.
Después de una breve charla con la encargada del riad, recogemos el coche en el parking (14 dhm.) y, en lugar de tomar la carretera que va hacia Chefchaouen (por la que iremos en la ruta de vuelta), decidimos ir hacia Larache para bajar hasta Azrou por la zona que ya conozco.
El día está un poco nublado y con algo de viento. Según nos alejamos de las montañas de Tetuán la cosa va mejorando y hasta llegamos a pasar calor. Hacemos nuestra primera parada en Dar Chaouni, un lago encajado en un pequeño valle, con el agua oscura de la cantidad de sedimento que tiene.


 
Seguimos nuestra ruta dirección Ksar-el-Kebir. Por la carretera vemos cantidad de vendedores locales que ofrecen gorros y chales típicos de la zona, dátiles secos y todo tipo de frutas.
Miguel se adapta rápidamente a la conducción marroquí y no se inmuta mucho cuando ve algún conductor que viene en dirección contraria adelantando sin apartarse cuando llega a nuestra altura, o cuando el coche de delante se para sin previo aviso ni señalización, o cuando cruzamos varios controles de policía que intentan cazar con sus radares a los más rápidos.  

Pasamos por Souk el Arba y nos detenemos en Sidi Kacem a comprar el pan. Mientras yo me acerco a la tienda, a Miguel le ofrecen naranjas y hasta un iPhone.
Todo el camino es precioso, lleno de colinas y prados plantados de olivos y naranjos. Empezamos a buscar un lugar para comer, porque ya se acerca la hora, y nos metemos en un camino que discurre por un olivar para montar nuestro chiringuito en una sombra. Descansamos mientras nos tomamos unos bocadillos y un par de plátanos y, cuando reanudamos la marcha, descubrimos que los lugareños son igual de domingueros que los españoles y se tiran a la sombra del primer árbol que ven.
Pasamos junto a Mulay Idriss y nos quedamos alucinados. Aunque ya había hecho esta carretera en alguna ocasión, no recordaba la belleza de este pueblo con todas sus casitas blancas en cascada por la ladera del monte entre campos de olivos.
Parece que se aproxima una tormenta a la zona a la que nos dirigimos, así que paramos en un arrimadero de la carretera para preparar el macuto con las cosas más imprescindibles, como hicimos el día anterior, y no mojarnos si nos cae un diluvio en el hotel. 

Poco después nos paramos en el alto del Medio Atlas para hacer unas fotos panorámicas desde el mirador. Las vistas son realmente impresionantes y dramáticas bajo la luz de la tormenta.

Por pura curiosidad, nos acercamos a uno de los dos puestos de minerales que hay en el alto. El dueño del chiringuito, Mohamed, es un chico de nuestra edad. 

Es bereber, vive allí solo, en una tienda detrás de la estructura metálica donde expone las rocas. Nos cuenta que le gusta su trabajo, que le da suficiente dinero para vivir y ayudar a sus padres y hermanos.
Viendo que no estamos muy interesados en los minerales que tiene en exposición (los que él llama “souvenirs” para los marroquís), nos muestra algunas joyitas que tiene guardadas. Nos llevamos un par de rocas con incrustaciones de vanadinita y dos geodas preciosas de cristales de yeso (las comunes son de calcita). El precio que nos da nos parece muy bueno y decidimos no regatear, pero él se siente en deuda y nos regala otra geoda igual de bonita.


Nos despedimos de Mohamed y bajamos por el puerto hasta Azrou. El hotel no está donde Google maps y Booking lo pintaban, así que encendemos el GPS y metemos el waypoint.
Encontramos la carretera que va al famoso cedro Gouraud y, antes de llegar al hotel, pasamos junto a un camping que tiene unas gigantescas teteras doradas en la puerta y que está de celebración.



El “palacio de los cerezos” es un edificio típicamente suizo (Ifrane, la llamada Suiza africana, está muy cerca). Aparcamos el coche, cogemos las cosas y el recepcionista nos enseña un par de habitaciones para que elijamos la que más nos guste. 
Nos damos una ducha, nos cambiamos de ropa y disfrutamos de las impresionantes vistas desde la terraza.
 
Bajamos a cenar y nos sorprende mucho que el menú es de cocina francesa. La verdad es que todo lo que pedimos está delicioso y preparado con mucho esmero.
En el restaurante hay también una adinerada familia marroquí que viste al estilo europeo y se esmera por hablar en francés lo suficientemente alto como para que todos lo oigan. Tienen un par de niños pequeños que están hiperactivos corriendo por todo el salón. Son un poco pesados, pero lo hemos pasado tan bien que ya todo nos da igual y nos dan varios ataques de risa debido al cansancio.
 
Hotel & Restaurant Palais des cerisiers
Route Cèdre Gouraud, Azrou
(212) 05 33 56 38 30
www.lepalaisdescerisiers.com


DÍA 3. AZROU - ERFOUD (15.04.13) >>337 km.<<
Nos despertamos tempranísimo y brilla el sol a tope. A las 9 bajamos a desayunar y nos llevamos una decepción: Pan del día anterior recalentado, crepes bereberes hace no sabemos cuántas horas, mermelada de bote y té en bolsitas. Seamos sinceros: por lo que cuesta la habitación (110€ / noche) el desayuno es una auténtica caca. Pagamos (en efectivo, porque no les funciona el datafono –y tampoco internet–) y nos vamos rumbo al bosque de cedros.
En la parada principal, donde están los puestos y los caballos, estamos el tiempo justo, pues los lugareños son bastante pesados intentando venderte cosas y los monos están demasiado acostumbrados a la presencia humana y a que les den de comer.
Cogemos una pista que va hacia el cedro milenario y, en el primer claro del bosque, vemos monos (salvajes) cruzando el camino. Detenemos el coche a una distancia prudencial y nos acercamos sigilosamente, sacamos algunas fotos pero, como son un poco tímidos, vuelvo al coche a por el teleobjetivo con intención de sacarles unos primeros planos.

Mientras que Miguel se queda observando a los macacos, el mono jefe viene directo hacia mí y empieza a mirarme inquisitivamente mientras rebusco en las cosas del coche. Tiene la clara intención de quitarme la galleta que llevo en la mano y no parece muy amistoso, la verdad… así que se la doy, se la mete entera en la boca y tengo que espantarle con un aspaviento porque quiere arrebatarme el paquete entero y me da un poco de miedo.



  
Sacamos unas cuantas fotos al resto de los monos, que ya se han subido a los árboles. De vuelta en el coche, voy a coger un escarabajo pelotero que ha entrado volando y, al tenerlo más tiempo de lo debido mientras lo observo, va y se me caga en la mano.
Me quedo estupefacta ante tal reacción (aunque es de lo más normal) y me vuelvo ojiplática cuando el muy descarado decide salir volando dejándome allí tirada.
Los que conocemos un poco Marruecos, en seguida nos damos cuenta de que este lugar es realmente especial: el silencio del bosque, la inmensidad de sus árboles contrastan radicalmente con el resto de país. Y cuesta un poco imaginar que, hace millones de años, África entera fue así.
Seguimos por la pista hasta el Cedro Gourard, donde hay un puñado de chiringuitos de souvenirs y unos cuantos lugareños que salen corriendo nada más verte para ofrecerte sus excursiones a caballo. La verdad es que es un poco agobiante e incluso triste cuando ves que se pelean entre ellos.
El lugar no tiene nada especial que no tenga el resto del bosque, pues el cedro milenario está muerto y sólo queda su tronco inerte como testimonio. Hay otros muchos árboles a lo largo del camino que tienen un tamaño similar y que son muchísimo más impresionantes.

La pista, que se convierte en camino asfaltado, continúa bajando y pasa por la puerta del hotel en el que hemos dormido. Aprovechamos para comprar el pan a las afueras de Azrou y volvemos a subir el puerto. 

Paramos al final de la zona principal del bosque, pues vemos un pequeño grupo de monos cerca de un puesto de cacahuetes. Nos adentramos andando en el bosque y, durante unos minutos, podemos disfrutar de la presencia de seis o siete macacos. Los más pequeños juegan con una cuerda que han encontrado; el resto dormita en las ramas de un cedro. 


Desgraciadamente, al poco rato llegan unos niños gritones y se ponen a jugar a la pelota justo donde estamos nosotros y rompen toda la magia… ¡con lo grande que es el bosque!
Justo antes de marcharnos, vemos cómo un señor compra una bolsita de cacahuetes y nada más abrirla, el mono más viejo del grupo se acerca y se lo arrebata de un zarpazo. Antes de meternos en el coche, se acerca un lugareño y nos ofrece ¡setas alucinógenas! Y dice que si no nos las queremos comer todas de golpe, las podemos dejar secar… O_o
Nos ponemos de nuevo en marcha y, a la hora del ángelus, paramos para tomar un tentempié, hacer unas fotos de las colinas cercanas, y limpiar el limpiaparabrisas como podemos… que está lleno de cadáveres de mosquitos.


El paisaje empieza a cambiar y a volverse cada vez más árido. Aunque llevamos el río a nuestra derecha durante todo el trayecto, la altitud del terreno no permite que crezca casi nada en esta zona.

Hacemos una nueva parada por necesidad biológica y, en el lugar más inesperado, encontramos una de las mariposas más bonitas y extrañas que hemos visto: una Cigaritis zohra.
Este pequeño lepidóptero sólo puede encontrarse en Marruecos y Argelia, vuela muy cerca del suelo en zonas de montaña y sólo se para cuando encuentra alguna hierba o florecilla en la que alimentarse.


Y ahí andaba yo, haciéndole unas fotos como buenamente podía escurriéndome por la ladera, mientras Miguel encontraba un hermoso y extraño saltamontes que se camuflaba perfectamente con las piedrecitas que le rodeaban.
Los que me conocéis sabéis que me encanta ir cogiendo todos los bichos que me encuentro y con este no iba a ser menos. Pero se ve que no tenía el día… ¡porque el saltamontes también se me cagó en la mano!

Se acerca la hora de comer y el sol es tan intenso que podríamos hacer una parrillada en el capó del coche. Miguel le pide al universo un pinar donde pararnos (yo pienso que se ha vuelto loco… ¿un pinar? ¿aquí?) y, a los pocos kilómetros, después de una loma, aparece ante nosotros un pinar (extensión de tierra con pinos desperdigados).
Elegimos un árbol cercano a una pista y allá que vamos con nuestro coche. Desplegamos mesa y sillas y nos disponemos a dar buena cuenta del pan que compramos en la mañana y algunas cosas que hemos traído de España.

No pasan ni dos minutos cuando una autocaravana ocupa el pino de al lado y, poco a poco, la gente que pasa por la carretera también va parando.
Una niña con dos burritos baja por una ladera y se acerca a nosotros. No somos muy partidarios de dar nada por los caminos a los niños que piden, pues esto hace que dejen de ir a la escuela para esperar en las rutas de 4x4 a que pase algún coche y les de un bolígrafo, una gorra o unos caramelos. Pero esta chiquilla claramente no va a la escuela, lo único que sabe decir en francés es “bon jour”. Le damos unas chocolatinas y una sudadera, y recorre los otros árboles a ver qué más puede sacar.
Otra vez en marcha, dejamos atrás los árboles y comenzamos a ver los primeros cañones que el río Ziz ha horadado a lo largo del tiempo. Llanuras interminables, montañas chamuscadas por el sol que surgen de la nada.
Llegamos al túnel del legionario, la puerta de las gargantas del Ziz y el extensísimo palmeral del Tafilalet. El túnel (de 50 metros de largo, 10 de ancho y 10 de alto) fue excavado a pico y pala por la Legión Extranjera Francesa durante el protectorado francés en Marruecos y sigue tal como lo dejaron. Se supone que siempre hay alguien en la caseta vigilando el paso… pero allí no había nadie.

Las vistas empieza a abrirse y, a los pocos kilómetros, encontramos las aguas turquesas del enorme embalse Al-Hassan Addakhil. Las montañas que se levantan en la orilla opuesta le dan un aspecto completamente irreal al paisaje.

Paramos en el mirador principal de las gargantas y sacamos algunas fotos. Conocemos al dueño del restaurante que tiene las mejores vistas de la zona y, amable como todos los lugareños, se echa unas risas con nosotros. Nos cuenta que hace dos días ha habido una tormenta de arena muy fuerte y que, aunque hoy hace un día muy bonito, palabras textuales, “hace un calor de la hostia”. Nunca dejará de sorprenderme lo bien que los marroquís integran en su vocabulario frases que sólo diría un español.
 


El palmeral del Tafilalet es impresionante. Sus más de 20 kilómetros de longitud a lo largo del cauce del río Ziz lo convierten en el mayor palmeral del mundo, con unas 800.000 palmeras datileras.
La carretera zigzaguea siguiendo la trayectoria del río, que fluye subterráneamente la mayor parte del trayecto, asomándose sólo en algunos tramos. A nuestra izquierda se levantan paredes de roca resquebrajada de un intenso color ocre, a nuestra derecha pequeñas poblaciones de adobe que viven de los huertos del gran oasis de las palmeras.

A las cinco y media llegamos al Xaluca y es como entrar en el paraíso. Atrás quedan las gargantas, las llanuras interminables, las primeras dunas… el calor asfixiante. Subimos a la habitación, nos ponemos el bañador y nos olvidamos de todo sumergiéndonos en la piscina.
Con la de veces que he estado aquí antes y nunca había tenido tiempo para hacer esto… ¡No sabía lo que me perdía! Al principio el agua estaba fría, pero la verdad es que con el calor que hemos pasado, se agradece. Y de la piscina nos vamos directos al jacuzzi y a la piscina cubierta, que también tiene chorros a presión. 


Una vez relajados, nos duchamos y bajamos a la terraza del bar a tomarnos algo antes de cenar. Yo me pido un zumito de naranja (recién exprimido), Miguel una Casablanca (que le deja K.O.) y nos traen una tonelada de aceitunas y otra de cacahuetes.
En principio parecía no haber mucha gente a juzgar por los coches del aparcamiento, pero poco a poco va llegando cada vez más gente. Me levanto para hacer una foto nocturna a la piscina y me cruzo con ¡Nani Roma! Y es que parece ser que hay alguna carrera o un grupo de entrenamiento porque incluso han instalado un “parque cerrado”.


La cena es punto a parte: deliciosas ensaladas, platos típicos marroquís y alguna sorpresa española (paella, por ejemplo)… los postres de otro planeta.
Bajar al sur de Marruecos y no pasar un par de días en el Xaluca debería ser considerado pecado. No conozco otro lugar así: el personal es encantador, amable y siempre atento, las habitaciones amplias y muy cómodas, todas las instalaciones combinan con idoneidad lo que esperas de un hotel de lujo y el encanto del pueblo bereber. Vamos, que dan ganas de atrincherarse allí y no salir en un mes.

Hotel Xaluca Maadid
Route Arfoud à Errachidia km 5
(00212) 535 57 84 50/51
www.xaluca.com


DÍA 4. ERFOUD - ERFOUD (16.04.13) >> 80 km. <<
Nos acostamos tan pronto y tan cansados que a las 2:40 de la madrugada se nos abren los ojos. Hace calor y un mosquito nos está acribillando. Afortunadamente conseguimos volver a dormirnos… pero sin encontrar al mosquito y esto tendrá consecuencias el resto del viaje.
El desayuno, como todo en el Xaluca, es genial. Crepes bereberes y tortillas con guarnición preparadas en el momento, delante de ti; zumo de naranja recién exprimido, te bereber del bueno, fruta fresca, bollitos…
Queremos salir temprano, antes de que apriete el calor, a hacer la ruta que nos ha preparado Federico de RaidAventura 4x4. Cogemos lo imprescindible y allá que vamos.

Al principio hay un poco de confusión porque justo detrás del hotel hay cantidad de huellas de neumático y es difícil saber cuál es la buena, además vamos en un 4x2 y no podemos tirarnos en línea recta por cualquier sitio como haríamos con un todo terreno. En un minuto encontramos nuestro rumbo y comienza la aventura.
La pista no es mala, no hay nada alrededor, pero con nuestro coche no podemos ir todo lo rápido que queremos. Paramos para hacer fotos por todas partes… el calor empieza a subir y son sólo las 10 de la mañana.


Le pedimos a Federico que nos preparara una ruta para ver el Land-Art de Hannsjönrg Voth en la llanura de Marha (región de Er Rachidia). A mediados de los ochenta, Voth pasó varios meses al año en el desierto de Marruecos, trabajando en estos proyectos monumentales. Costeó las obras él mismo, contratando a unos 40 ó 50 bereberes que le iban ayudando a crear sus ideas. Desarrolló sus construcciones en sitios que él denomina “paisaje cero”, convirtiéndolos en lugares para la reflexión y la expresión de ideas y emociones. Muchos piensan que Voth es un loco… particularmente yo creo que es un genio y prueba de ello son estos observatorios celestes.


Primero iremos a la Ciudad de Orión, aunque podemos ver a lo lejos la Escalera Celeste y la Espiral Áurea, pues en línea recta la distancia es poco más de 2 km. entre cada una de ellas.
Debemos ir con cuidado porque en algunas zonas hay bastante arena, tenemos que cruzar un par de cauces de río secos e incluso se están empezando a formar pequeñas dunas en algunas áreas… Vamos con la sensación de que podemos quedarnos atascados en cualquier momento.


Llegamos a la Ciudad de Orión y no hay ni rastro del “vigilante” del que todo el mundo habla, un supuesto guía que cuida de los monumentos.
Este fue el último proyecto de Voth, realizado entre 1998 y 2003. Es un complejo de siete torres de adobe, de entre 15 y 4 metros de altura, que representa tridimensionalmente la constelación de Orión y que sirve de observatorio de las siete estrellas.
Dicen que las torres son el mejor lugar para observar la lluvia de meteoros (Dracónidas y Leónidas) sobre el desierto. Lo cierto es que el lugar tiene una energía especial, no creo que Voth lo eligiera por casualidad.
 
Dejamos el coche a la sombra de una de las torres más altas y entramos por un lateral. Subimos a uno de los observatorios y nos quedamos impresionados. ¡Menudo lugar para ver las estrellas! Es una pena no poder venir de noche.
Recorremos todo el recinto, subiendo a los distintos “edificios”, mirando a todas partes y sintiéndonos pequeñitos en la inmensidad del desierto y del Universo. Hay una puerta en una de las torres del interior, pero está cerrada. ¿Qué habrá ahí dentro?
Desde la torre opuesta por la que hemos entrado, se ve a lo lejos una construcción aparentemente plana: la Espiral Áurea. Está formada por un muro cuyo trazado sigue las proporciones de la espiral de Fibonacci. El muro se eleva del suelo hasta alcanzar en el centro una altura de 6 metros. El terreno asciende lentamente entre las paredes del muro y acaba convertido en el techo de los habitáculos que quedan por debajo. En la zona más elevada, la rampa finaliza en una escalera de caracol que conduce a un pozo situado en el centro de la espiral donde una misteriosa barca flota sobre la superficie del agua. Alrededor del pozo, Voth ha modelado espacios habitables.
Pasamos un buen rato haciendo fotos, pero el calor comienza a ser insoportable y el suelo empieza a recalentarse… eso hará que la arena de las pistas se reblandezca y que nuestras posibilidades de quedarnos atascados aumenten exponencialmente. Algunos ya me habéis oído hablar sobre el pensamiento creativo…


Nos tomamos una cocacola fresquita antes de reanudar la marcha y dirigirnos a la Escalera Celeste. Pero, al poco de salir de esta primera instalación, tenemos que cruzar un río de arena: es muy largo, hay mucha arena, es muy tarde y hace mucho calor… y en mitad del río Miguel se ve obligado a cambiar de segunda a primera. Total, que nos empanzamos.
Baja del coche, quita arena, adelante, atrás, el control de tracción que se activa solo, bajar presión de las ruedas, sacar más arena… aaaaarrrggg!!!! Pasados 15 largos minutos, cuando ya estamos asumiendo que pasaremos allí un largo rato hasta que consigamos desatascarnos, Miguel dice que ha oído un coche. Yo creo que el calor le está afectando y no piensa con claridad porque allí no hay nadie… y como no baje un ovni a rescatarnos, estamos apañados.
Afortunadamente me equivoco y no aparece un coche, sino tres. Se bajan seis sevillanos con más arte que el curriculum de Leonardo DaVinci y en un periquete, con una eslinga y mucha guasa, nos dan un par de tirones y nos sacan del atolladero. Nos reímos un buen rato porque no paran de picarse entre ellos con esa gracia que sólo tienen los sevillanos. Queremos invitarles a unas cervezas en el hotel para agradecerles el rescate, pero ellos quieren estar mañana en la Feria, así que van a pegarse una panzada de kilómetros. 
Nos comentan que llegando a la Escalera Celeste, nuestra próxima parada, hay una zona de barro en la que incluso ellos han tenido problemas… Así que decidimos volver por donde hemos venido, utilizando una pista paralela, para no correr riesgos innecesarios ya que ellos ya se marchan. 
Paramos junto a las jaimas de una familia nómada, con muchas niñas pequeñas y me acerco a darle a la madre una de las bolsas de ropa que llevamos.
Poco después paramos en mitad de una pista a subir la presión de los neumáticos para evitar un pinchazo y los sevillanos, que se habían quedado visitando la Ciudad de Orión, nos alcanzan y se paran pensando que nos hemos metido en otro lío.
Casi nos morimos del ataque de risa cuando nos cuentan que se ha presentado allí un lugareño en mobillete diciendo que es el guardián y pidiéndoles algo de dinero por la visita, pero que ellos no le han dado nada y que habían estado a punto de quitarle la “pipa” de la bujía por lo pesado que se había puesto. Nos despedimos y ellos salen pitando, en línea recta, hacia la carretera a una velocidad que seguro les permitirá estar en Sevilla al día siguiente.
Nosotros nos tomamos la vuelta con calma, siguiendo bien el rutómetro y a la vez buscando una palmerita en la que podamos parar a comer, pues si nos quedamos al sol seguramente nos desintegremos.
Encontramos nuestra palmera (no muy grande, pero suficiente), montamos el chiringuito y todos tan contentos. Bocata, patatas fritas, agua fresquita… y 5 kilómetros hasta el Xaluca.
Antes de ir al hotel, pasamos por una Afriquia cercana para darle un manguerazo al coche, que va de fesfés hasta arriba y no hay quien lo toque.
 
Subimos a la habitación, nos ponemos el bañador y vamos directos a la piscina a quitarnos el calor. El agua fresquita nos devuelve la energía. Entramos y salimos de la piscina hasta que tenemos la piel de los dedos arrugados.
Después de una buena ducha, bajamos a la terraza del bar porque ya hemos entrado en la dinámica de pasar la tarde relajados, leyendo mientras tomamos unos zumos y unas aceitunas.
Parece que poco a poco el hotel se va animando, no para de llegar gente de todas las nacionalidades (incluso en autocares) y empieza a haber un gran ambiente.
Hay una niña en el agua, que ya entró a la vez que nosotros, que aún no ha salido y que va a batir todos los récords porque no hay quien la saque de la piscina hasta que se hace completamente de noche y empieza la música en vivo.
Yo me quedo un rato en la terraza, relajándome, mientras Miguel se va a dar una vuelta por el hotel y se lo pasa pipa curioseando, haciendo fotos por todas partes y viendo las motos y los camiones de carreras que hay en el parking. Definitivamente hay alguna carrera o algo, porque no dejan de entrar moteros y las caras de cansancio van en aumento.
Todas las salas del restaurante están a tope. Por suerte, la mesa que hemos estado utilizando está libre y entra una fresca brisa por la venta. Comemos hasta no poder más… es inevitable porque está todo riquísimo.
Volvemos a la terraza, que está hasta bastante llena (incluso hay gente cenando fuera… sin saber que los mosquitos se los van a comer vivos, jejejeje). Damos una vuelta por la azotea de una de las kasbahs y observamos un rato cómo se relaja la gente mientras los músicos tocan junto a la piscina.
 
Hotel Xaluca Maadid
Route Arfoud à Errachidia km 5
(00212) 535 57 84 50/51
www.xaluca.com


Sigue esta historia aquí: Marruecos parte 2.

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