MOVILIDAD
Para
recorrer la isla lo mejor es alquilar un coche pues, aunque no es muy grande,
las poblaciones importantes están bastante alejadas unas de otras. Hay también
una red de autobuses interurbanos y otra que comunica los pueblos y las zonas
rurales; además los conductores son muy amables y si se les pide que paren al
comienzo de una levada, no tienen problema en avisarte y parar.
Al
ser una isla volcánica y montañosa, las curvas, cuestas y pendientes son muy
pronunciadas. Las carreteras están bastante bien en cuanto al asfalto, pero
poco señalizadas.
Hay
que tener cuidado en las zonas más altas pues la niebla es bastante habitual.
Además los madeirenses no tienen contemplaciones a la hora de pararse en todo
el medio sin importarles lo más mínimo las consecuencias. Es habitual que se
crucen con un amigo y detengan el coche in situ, aunque la pendiente sea del
20%. Otra cosa a tener en cuenta es que muchas casas, al estar en la falda de
las montañas, están construidas al revés, es decir: se entra por el garaje y
los pisos van hacia abajo y además no hay mucha acera o arcén, así que cuando
salen de las cocheras lo hacen abruptamente.
ALOJAMIENTO
Madeira
es una isla con una amplia red de hoteles, quintas, apartahoteles y resorts,
todos de gran calidad. Dependiendo de cuánta marcha queráis, os convendrá más o
menos estar cerca y dentro de la capital. En nuestro caso buscábamos descanso,
así que nos decidimos por un resort & spa en la cima de la ladera de
Funchal, con unas increíbles vistas de la ciudad.
COMIDAS
En
las principales ciudades como Funchal, Porto Moniz o Machico la oferta es
variada; en las zonas de montaña y pueblos pequeños los restaurantes son más
escasos, así que cuando veáis uno, si tenéis hambre, no lo dudéis porque no se
sabe dónde estará el siguiente.
La
comida portuguesa es deliciosa y de estilo casero (aunque también hay cocina
internacional e incluso un restaurante con una estrella Michelín). No podéis
perderos las espetadas (brochetas de
carne) y el bolo do caco, el pan de
ajo típico de la isla.
Día 1. MADRID – FUNCHAL
(15.06.10)
Obligatorio
para ir hasta Madeira, es hacer escala en Lisboa. Desde Madrid es apenas una
hora, así que no te da tiempo a tomarte el refresco en el avión cuando ya te
estás muriendo de miedo al ir prácticamente esquivando edificios para aterrizar
en medio de la ciudad. Nuestro vuelo salió con retraso, así que en la pista de
Lisboa nos esperaba un minibús para llevarnos rápidamente al otro avión, que nos
estaba esperando.
Si
el aeropuerto de la capital lusa es para que te tiemblen las canillas durante
el aterrizaje, el de la isla de Madeira directamente te deja sin respiración:
la pista está en una lengua de tierra por lo que, se mire por donde se mire,
entras desde el mar con dirección a más mar. La maniobra de aproximación es no
apta para cardiacos, pues cuando el avión vira la sensación es de ir directos
al agua… y al tocar tierra, la pista parece que vaya a terminarse antes de que
el avión se detenga.
Conseguimos
recuperar nuestras maletas, aunque una señora portuguesa quiere quedarse una de
ellas. Hemos reservado un coche con la
compañía de alquiler Guerin, pero no tienen oficina en el aeropuerto (dato del
que no te informan). Tras mucho buscar, un amable señor que deambula por el
hall nos explica que debemos esperar a que vengan a buscarnos. Hay un
matrimonio español con dos niños pequeños en nuestra misma situación. Tanto
ellos como nosotros llamamos por teléfono a Guerin y, como era de esperar,
recibimos diferente información. Tras 40 minutos de espera y habiéndose unido
los pasajeros del siguiente vuelo, un tipo de la compañía hace acto de
presencia con una lista, subimos a una furgoneta y nos llevan a una nave a unos
pocos kilómetros. Tras los típicos trámites, nos dan el coche (con el embrague
bastante tocado seguramente por las cuestas que hay por toda la isla) y ponemos
rumbo al hotel. Así que ya sabéis: si no queréis vivir este caos nada más
llegar a la isla, contratad el coche con otra compañía.
Como
este es nuestro viaje de novios, hemos cogido un hotel que haga nuestra
estancia completamente inolvidable: el Choupana Hills Resort & Spa de
Funchal (http://www.choupanahills.com/en/en_index.html). Aunque el camino de
ida es, cuanto menos, para echarse a reír comparándolo con la subida a los
lagos de Covadonga, pronto uno se acostumbra a las carreteras y la sensación de
vértigo de la isla.
En
la recepción del hotel nos espera el gerente que nos atiende directamente en su
mesa-despacho mientras nos tomamos el té helado que nos han servido. Tras
explicarnos dónde está todo y cómo funciona el complejo, un chico sube nuestras
maletas al cochecito de golf y nos lleva a nuestra habitación.
La
habitación es media pagoda. Sí, sí: media pagoda; unos 40 m2 de
estancia con una terraza de más de 15 m2. La gigantesca cama con
dosel ocupa gran parte de la estancia, pero hay espacio de sobra para un sofá,
un sillón, mesa, escritorio… Dos grandes puertas correderas de cristal dan
acceso a la terraza, que tiene dos tumbonas y una mesita con vistas al jardín y
al mar, todo en el mismo estilo zen que el resto del hotel.
La
sensación de paz y quietud es absoluta pues, al estar situado en lo más alto de
las colinas que rodean Funchal, el complejo está inmerso en una atmósfera que
proporciona una visión perfecta de toda la ciudad al tiempo que conserva toda
la magia del bosque en el que se encuentra, sin el ruido, el tráfico y el
bullicio de la ciudad pero a un paso de la misma.
Día 2. PONTA DE
SÃO LOURENÇO (16.06.10)
Tras dormir toda la noche como auténticos lirones, nos damos una buena ducha y vamos a desayunar al edificio principal. Hay tantas cosas y todas tan ricas, que es realmente difícil elegir.
Durante
la aproximación en avión a la isla, vimos unos impresionantes acantilados en la
parte más oriental: es la Ponta de São Lourenço.
Aunque
pudiera parecer que no hay vegetación por tratarse de la zona más seca de la
isla, es impresionante la cantidad de crasas y pequeñas plantas que crecen
aquí. De hecho, muchas de las especies endémicas de Madeira crecen en estas
tierras de origen volcánico.
De
hecho, Ponta de São Lourenço es una Reserva Natural clasificada como Zona
Especial de Conservación y declarada espacio protegido en 1982 para preservar
su flora, fauna y herencia geológica. Podemos encontrar casi 160 especies
vegetales como la Mesembryanthemum
crystallinum (centro) o la endémica Echium
nervosum (derecha).
Para
hacer esta ruta hay que ir hasta la Baia d’Abra, donde empieza el camino que
recorre la parte más árida de la isla. Como el clima es muy cambiante en
Madeira, hay que ir bien preparados con ropa en varias capas, agua y comida
para la excursión y protección solar, pues no hay ni una sola sombra y el
viento y el sol pegan muy fuerte.
Desde
el mirador principal (donde se deja el coche) las vistas son increíbles, pero
el viento también lo es así que rápidamente empezamos la caminata hacia la
punta. Los colores de los diferentes materiales, las apabullantes vistas desde
los acantilados y el mar chocando contra las rocas y peñascos dibujan un
paisaje casi indescriptible que, como descubriremos a lo largo del viaje, no se
da en ninguna otra parte de la isla.
En
las piedras de los muretes o incluso en los hitos que marcan el camino algo se
mueve: son las lagartijas madeirenses (Podarcis dugessi) que, además de tener
unos colores irisados preciosos, son bastante descaradas. Lejos de asustarse,
salen prácticamente a nuestro encuentro. Primero se achuchan y se pelean entre
ellas y luego se nos acercan, hasta el punto de rodearnos e incluso subirse por
nuestras zapatillas cuando hacemos una parada para descansar a mitad del
camino. Se ve que están acostumbradísimas a la presencia de los humanos que recorren el sendero y saben que siempre existe la posibilidad de conseguir algo de comida.
El
sendero que recorre los 5 kilómetros de península es tortuoso y extenuante, y aunque
puede afrontarlo cualquier persona porque no entraña dificultad, hay que tener
en cuenta nuestras fuerzas y el agua que llevemos, porque hay que volver por el
mismo sitio y las rocas, la arena y las cuestas al final pasan factura.
Cuando
volvemos al coche es la hora de comer, así que hay que buscar algún restaurante
y, como ya expliqué en la introducción, esta tarea tiene mucho que ver con la
suerte. A las tres de la tarde encontramos un local en lo alto de una montaña y
por fin probamos las famosas espetadas, con ensalada y patatas fritas.
El
paisaje cambia radicalmente nada más abandonar la costa. El bosque de
laurisilva que puebla la isla, la niebla que viene y va, el horizonte que
desaparece y las flores que crecen por todas partes son sólo el anticipo de lo
que vendrá en los próximos días.
Pasamos
la tarde en el hotel, relajándonos y descansando.
Día 3. LEVADA DOS BALCÕES (17.06.10)
Como hemos descansado estupendamente, hoy nos hemos levantado antes. Desayunamos zumo natural, fruta y bollos caseros recién hechos y trazamos un plan de ruta, aunque sabiendo lo impredecible que es aquí el tiempo no servirá de mucho.
Lo
primero que hacemos es aprovisionarnos de agua y víveres, por si no encontramos
después un sitio donde comer. Encontramos un supermercado Sã en la entrada de
Camarcha.
Aunque
el día parecía soleado, a medida que vamos subiendo por la montaña nos
adentramos en las nubes, que proporcionan al bosque un aspecto mágico.
Desde
Ribeiro Frio salen dos levadas perfectamente señalizadas: la Levada dos Balcões
(3 km. Ida y vuelta) y la Levada de Portela (17 km. sólo ida). Como
el tiempo está muy cambiante, decidimos hacer sólo la primera.
El
camino, sin ninguna dificultad, discurre junto a una acequia o levada que cruza
el bosque de laurisilva. Es nuestra primera incursión a pie en el bosque y la
sensación del verde invadiéndolo todo es abrumadora.
El
habitante más conocido de los bosques de laurisilva de la isla es el pinzón de
Madeira (Fringila coelebs maderensis).
Los machos, de color azul intenso, en seguida delatan su posición cuando cantan
para atraer una hembra o para advertir a otros machos que están en su zona. Al
final del camino, en el mirador, los pinzones son tan descarados como las
lagartijas del día anterior, lo que los convierte en criaturas aún más
adorables.
Como
el camino avanza por el frondosos bosque, cuando se llega al final la sorpresa
es estupenda: hay un mirador, literalmente un balcón colgado sobre el valle con
unas vistas asombrosas de las montañas, el bosque y Portela en mitad de la
garganta.
Comemos
en un restaurante que habíamos visto por el camino y, aunque la comida está
buena, nos sorprende muchísimo el corte de la carne y cómo despiezan el pollo.
Pero
tengo que decir que disfrutamos muchísimo del bolo do caco, el pan típico de la isla imposible de conseguir en ningún otro lugar del mundo. Se toma como entrante o de acompañamiento, caliente y con mantequilla de ajo. Es absolutamente delicioso.
A
la salida del restaurante me tuerzo un tobillo, lo que nos obliga a pasar la
tarde descansando en el hotel. Qué tortura, jajajajajaja.
Día 4. LEVADA DO RISCO (18.06.10)
Ponemos
rumbo a Câmara de Lobos para continuar hacia Ribeira Fría y seguir por la
tortuosa carretera que lleva a Paúl da Serra. Desde Rabaçar podemos hacemos la
ruta de trekking 6.1 Levada do Risco, un sendero fácil que me permite ir
calentando el pie. Dejamos el coche en el aparcamiento y tenemos que bajar unos
2 kilómetros por carretera hasta donde realmente empieza el sendero.
Decenas
de lagartijas multicolor pasan el día tomando el sol en el borde de la
carretera. Son un poco más tímidas que las de Ponta de São Lourenço, pero
muchísimo más numerosas.
Cuando
llegamos al comienzo del sendero, quedamos fascinados por los trinos de los
reyezuelos listados de Madeira (Regulus madeirensis) que son tan pequeños y
veloces que es casi imposible hacer una foto decente.
En cambio los pinzones son muy descarados y literalmente nos van siguiendo por la levada hasta que les damos unas migas de pan.
Aunque el paisaje es precioso, como no hay mucho agua se pierde un poco el encanto del bosque de laurisilva. Tras poco más de un kilómetro, llegamos a la cascada. Es una lástima que el camino esté cortado, pues no se puede acceder al túnel que pasa por detrás de la caída de agua.
En cambio los pinzones son muy descarados y literalmente nos van siguiendo por la levada hasta que les damos unas migas de pan.
Aunque el paisaje es precioso, como no hay mucho agua se pierde un poco el encanto del bosque de laurisilva. Tras poco más de un kilómetro, llegamos a la cascada. Es una lástima que el camino esté cortado, pues no se puede acceder al túnel que pasa por detrás de la caída de agua.
El camino de bajada ha sido fácil, pero sólo de pensar en los dos kilómetros que hay cuesta arriba hasta el aparcamiento hacen que me duela el pie. Así que decidimos coger la "furgoneta" que lleva desde el principio del sendero hasta el parking, que cuesta 3€ por persona.
Paramos a comer a pocos kilómetros, en Pico das Urzes. Una ensalada de tomate y queso y una pizza casera, todo riquísimo. Para el camino de vuelta, vamos por el parque eólico y Lombo do Mauro. Las vistas son impresionantes, así que paramos un par de veces para disfrutar del paisaje y tomar algunas fotos.
Por todas partes crecen los taginastes (Echium fastuosum) que atraen a gran cantidad de abejas y mariposas, y dan un colorido espectacular a la zona.
Pasamos
por Câmara de Lobos, el pueblo talismán de Churchill.
Subimos hasta Cabo Girão,
un acantilado de más de 500 metros de altura. Las vistas del océano, las
tierras de cultivo como un puzle de tonos verdes y la ciudad de Funchal al
fondo hacen que el tiempo se pare.
Pasamos
la tarde en Funchal y volvemos al hotel agotados por el calor y todas las
emociones del día.
Día 5. PORTO MONIZ (19.06.10)
El día está bastante cubierto, así que decidimos ir al otro extremo de la isla, a Porto Moniz, a ver si allí el tiempo está mejor. Lamentablemente no es así, pero una vez recorrido el camino, lo mejor es intentar disfrutar la visita.
Porto
Moniz es conocida por sus piscinas naturales en rocas de origen volcánico. En
verano son muy populares entre los madeirenses, pero en esos momentos sólo
había un par de lugareños pescando.
En
estas pequeñas pozas hay cantidad de pequeños peces de colores que se acercan
con curiosidad cuando alguien pasa.
El
tiempo está muy desapacible, así que damos un paseo por la ciudad pero, no sé
si será por lo gris del día, no nos gustó demasiado. Estaba todo un poco
abandonado, parecía que las tiendas se habían quedado ancladas en los años 80,
con postales descoloridas y recuerdos pasados de moda.
Para
colmo, entramos en un chiringuito y pedimos unos pregos (una especie de bocadillos de carne y ensalada) y, tras
mirar el reloj, la dependienta nos dice que no nos los prepara. ¡Eran más de
las 12 de la mañana! ¿No sé supone que aquí van con el horario europeo?
Nos
marchamos muy desencantados, así que para resarcirnos fuimos a comer al
restaurante de la vaquita donde hacía unos días habíamos probado aquel bolo do
caco tan delicioso. El pan sirvió de acompañamiento a un delicioso pollo a la
brasa con patatas y ensalada.
Por
la tarde fuimos a Funchal, pero el bochorno y la cantidad de gente que había
por ser sábado, consiguieron que nos fuéramos al hotel bastante pronto.
Por
la noche, como todos los sábados del mes de junio, la ciudad de Funchal se
ilumina con los fuegos artificiales que se lanzan desde el paseo marítimo. El
espectáculo es realmente impresionante.
Día 6. PARQUE DAS QUEIMADAS
- PICO DAS PEDRAS (20.06.10)
Aunque
el día ha amanecido igual que el anterior, soleado pero con una gran nube en el
horizonte oceánico (que siempre acaba llegando) y varias nubes en las montañas
de la isla., nos decidimos a hacer una ruta más, la que va de Queimadas a Pico
das Pedras.
Para
hacer esta levada, hay que ir hasta el Parque das Queimadas, a unos 4’5 km de
Santana. Es una ruta fácil, llamada “un camino para todos” pues el camino es
ancho y muy llano (sólo hay 20 metros de desnivel).
Tras
recorrer 2 kilómetros, se llega al Pico das Pedras en Calderao Verde. Todo es
de un verde exuberante, con una preciosa cascada que se precipita por una pared
de rocas en la frondosidad del bosque.
La
ruta se puede alargar de dos maneras: bien comenzando desde el Rancho Madeirense
(media hora antes del Parque das Queimadas), bien tomando el desvío a Calderao
do Inferno (100 metros antes de Calderao verde), aunque esta ruta es mucho más exigente y toma unas dos horas más entre ida y vuelta.
Una
de las cosas que más llama la atención al llegar al Pico das Pedras, es la
cantidad de flores que crecen de manera silvestre en este bosque de
laurisilvas, eucaliptos, robles y otras especies. Dactylorhiza foliosa, orquídea endémica de Madeira, agapanthus y otras bellezas
hacen que esta zona parezca un auténtico jardín salvaje.
En
este punto de la ruta hay un chiringuito donde nos comemos un prego, para tener fuerzas lo que queda
de día. Deshacemos la ruta y llegamos al aparcamiento; volvemos al pueblo por
la carretera que cruza parte del bosque, que es estrecha y está un poco
estropeada, pero realmente merece la pena para disfrutar del ambiente mágico
que crea la niebla entre los eucaliptos y las hortensias que crecen por todas
partes.
La
niebla es cada vez más espesa e incluso está empezando a llover, así que
cogemos la vía expreso hasta Funchal y pasamos la tarde tranquilos, relajados
en el spa.
Día 7. JARDIM BOTÂNICO
FUNCHAL (21.06.10)
El
Jardim Botânico es una visita obligada en Funchal. Merece realmente la pena por
todas las especies autóctonas que tiene, además de cantidad de plantas tropicales,
jardines de cactus y crasas y árboles de la isla…
Tiene
también una hermosísima colección de flores tropicales, incluyendo un jardín de
orquídeas.
Pero
tengo que reconocer que lo que más nos llamó la atención fue la fauna que
habita el botánico.
Además de los pavos reales que se pasean a sus anchas y de
las mariposas monarca que se dejan ver, encontramos una graciosa familia de
ranas en un estanque.
En
uno de los árboles cerca de la entrada, había un nido de currucas capirotadas (Sylvia
atricapilla) con cuatro crías. Era una gozada ver como los padres se desvivían
por llevarles comida.
Y,
como no podía ser de otra manera, las lagartijas madeirenses estaban por todas
partes. Eso sí, las del botánico tienen un comportamiento de lo más
extravagante y hacen todo tipo de locuras.
A
la hora de comer nos marchamos al restaurante al que fuimos el primer día, en
Santana, a tomarnos unas espetadas y un bolo do caco para despedirnos de la
gastronomía de Madeira. Un último paseo en coche por las montañas de esta isla,
por sus tierras verdes, sus bosques de laurisilva… Un maravilloso rinconcito
del mundo.
El viaje se acaba. España gana su segundo partido del mundial mientras lo celebramos con unas hamburguesas deluxe que nos trae el servicio de habitaciones del hotel. Nos encantó Madeira.
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