lunes, 3 de junio de 2013

California



Nuestro plan. 10 días para recorrer un trocito de California: Yosemite National Park, Sequoia National Park, San Francisco y algunas incursiones al norte y sur de esta ciudad.

MOVILIDAD
Para moverse por California, nosotros optamos por alquilar un coche. Las distancias son enormes, todo es gigantesco y las millas no cunden igual que los kilómetros.
Alquilar un coche en Estados Unidos es relativamente barato, pero te gastarás lo mismo (o más) en el seguro. En este país, el seguro cubre al conductor, en lugar del vehículo. Me explico: una persona que vive en Boston y tiene su coche allí, si viaja a San Francisco y alquila un coche, no necesita contratar un seguro, porque el que tiene para su vehículo habitual le sirve. No ocurre lo mismo con los turistas y ahí es donde nos pegan el palo.
Se compensa un poco con la gasolina (el diesel es prácticamente inexistente), que tiene un precio irrisorio en comparación con lo que pagamos en Europa. Eso sí, la miden en galones (unos 4 litros)… con lo que hacer los cálculos es un lío; lo mejor es llenar el depósito cuando repostéis y listo. Y tened paciencia, porque cada gasolinera es un mundo y funciona de una manera… sobre todo en lo que respecta a las tarjetas de crédito. La solución: preguntar y volver a preguntar.
Las carreteras en Estados Unidos son una pasada. La manera de señalizar no tiene nada que ver con la europea, pero en seguida te adaptas porque es mucho más sencilla. Hay que tener muy en cuenta que, en las autopistas, las salidas no están siempre a la derecha: hay ocasiones en que el carril de la izquierda es una salida o incluso el central se convierte en puente que se convierte en otra carretera.
Es importante respetar las señales, sobre todo los límites de velocidad y los semáforos… pues los americanos te envían la multa aunque vivas en la Conchinchina. Además la policía está bastante presente, al menos en California.
Gracias a un par de multas que nos han llegado varios meses después, hemos deducido que hay peajes en algunas carreteras, aunque no los vimos (puede que funcionen con “telepeaje” y por eso no hay garitas). Además en algunos puentes, como el Golden Gate, hay que pagar durante las horas laborables para poder entrar a la ciudad.
ALOJAMIENTO
Hay de todo. Hay hotelazos y antros de mala muerte. Nosotros consultamos siempre la opinión de los usuarios en Tripadvisor antes de reservar y con eso nos guiamos un poco… pero a veces una mala experiencia puede hacer que juzgues mal un buen hotel y viceversa.
Lo que hay que tener muy presente es que la construcción de los edificios no tiene nada que ver con la nuestra: no usan ladrillos. Por lo tanto, las habitaciones no suelen estar muy bien aisladas y lo que se oye es normalmente más de lo que desearías. Nada que unos buenos tapones para los oídos no puedan solucionar.
COMIDAS
En las ciudades podemos encontrar una amplísima variedad de restaurantes de todo tipo, pues a los californianos les encanta comer/cenar fuera. Es más: muchísimos establecimientos abren las 24 horas y se puede pedir cualquier cosa de la carta, incluidos los desayunos, a cualquier hora.
En los pueblos pequeños, e incluso en las pedanías de carretera, suele haber al menos un par de sitios “tradicionales” (de comida americana) donde puedes desayunar, comer o cenar, también con un amplio horario.
La comida en los supermercados es llamativamente cara. De hecho, se entiende perfectamente por qué la gente come fuera tan a menudo.
Por último hay que tener en cuenta que las raciones son bastante generosas rozando lo exagerado en algunos casos. En muchos lugares, sobre todo en las ciudades, las bebidas tienen refill gratuito.
PARQUES NACIONALES Y ESTATALES
En California, casi todos los “espacios naturales” son de pago. Una vez allí, viendo la inmensidad de estos sitios, lo maravillosos que son y el cuidado que necesitan, se entiende perfectamente que se cobre la entrada.
Los dos parques nacionales que visitamos (Yosemite y Sequoia), tienen un coste de 20$ por coche (independientemente de las personas que vayan dentro). La entrada es válida durante 7 días consecutivos.
Los parques estatales tienen un coste de 10$ por coche, la entrada es válida durante todo el día y se puede usar la misma entrada en varios parques estatales (los que tienen el mismo logotipo).
Es fundamental respetar las normas del parque, así como las indicaciones de los rangers y guardabosques. En algunos lugares, como Yosemite, nuestra vida puede depender de ello: no dejéis comida en el coche ni la llevéis con vosotros si vais a hacer una excursión; los osos tienen un olfato extremadamente sensible y, aunque parezca que no hay ninguno, se producen muchos encuentros inesperados. Utilizad los contenedores metálicos que hay en los aparcamientos para guardar toda la comida.
FECHAS
Si queremos visitar parques nacionales hay que tener en cuenta que, aunque California es el estado donde “nunca llueve”, el invierno existe. La mayoría de las carreteras que cruzan o recorren los parques se cierran con la primera gran nevada (más o menos en noviembre), así que conviene mirar la web del parque para tener claro si podremos visitarlo o no.
Evidentemente, a finales de primavera y en verano el tiempo es mejor, pero también es mayor la ocupación hotelera (y el precio). Si no queremos encontrar hordas de gente en cada punto importante del parque, es mejor descartar la temporada alta.
Otra cuestión a tener en cuenta es el impresionante tamaño de estos lugares. Un parque estatal puede tener, más o menos, las dimensiones de uno de nuestros parques nacionales y podremos recorrerlo y visitarlo en un solo día. Un parque nacional americano es realmente inmenso, como una provincia entera… por lo que, si queremos ver algo más que “lo básico”, necesitaremos al menos un par de días (aunque si tenéis tiempo y dinero, algunos lugares merecen una semana entera).
OTRAS CUESTIONES
Para volar a California hay que hacer, al menos, una escala. Nosotros decidimos hacer esa escala en Europa (en concreto en Londres) y fue todo un acierto, pues hacerla en la costa este de Estados Unidos supone pasar el control de inmigración dos veces y, en algunos casos, incluso recoger el equipaje en el aeropuerto de tránsito y volver a facturarlo para que llegue al destino final.
Son un montón de horas de vuelo, así que hay que pensar bien con qué compañía queremos volar. Nosotros volamos con British Airways, pues ya la conocíamos y el trato es bastante bueno. Además, 24 horas antes del vuelo, se pueden seleccionar los asientos a través de la página web (lo que es muy recomendable para no ir en la cola del avión).
En el avión suelen facilitarte el impreso de inmigración con las típicas preguntas raras que al gobierno americano le gusta hacer. Después, en el control de pasaportes, la policía te toma las huellas dactilares y te hace una foto (ya sólo les falta el frotis para el ADN). Pueden hacerte preguntas e incluso pedirte los papeles de la reserva del hotel. Lo mejor es responder la verdad y estar tranquilo.
Está prohibido introducir alimentos en Estados Unidos… pero si tenéis que hacerlo (porque llevéis un bebé o seáis celíacos, por ejemplo), lo mejor es ponerse en contacto con la embajada americana para preguntar y declararlo en el control de inmigración.
Para viajar a Estados Unidos es necesario un visado que, en circunstancias normales de turismo, puede obtenerse (y pagarse) por internet con un par de semanas de antelación. Este permiso se llama ESTA y puede solicitarse aquí: www.usatravelvisa.net/SolicitudESTA
  
 
Día 1. MADRID – SAN FRANCISCO – OAKHURST (31.10.12)
Nos levantamos a las 3 de la madrugada y recorremos las carreteras desiertas de Madrid. Cuando llegamos a Barajas, la mayoría de las puertas están cerradas… eso nos pasa por volar tan temprano. Volamos hasta Londres y allí nos toca esperar tres horas hasta que embarcamos en el jumbo que nos llevará a San Francisco.
Puede parecer una tontería, pero nunca he estado en un avión tan grande y me quedo alucinada cuando calculamos la cantidad de gente que cabe. Parece una sala de cine con tanta fila y tanto pasillo. Y lo tienen todo pensado: ya hay en cada asiento un kit de sueño (mantita, mini almohada, antifaz, cepillo de dientes).


Acertadamente, cogimos nuestro vuelo con la British Airways que aún es una compañía de verdad que no intenta matarte de hambre o sacarte la pasta durante sus trayectos. Así que al poco de despegar ya te sirven unas bebidas (las que quieras) y, pasado un rato, la comida que está bastante buena; yo me pido pasta (que sabe a musaka) y Miguel pollo con puré de patatas.


Durante el viaje (que son más de 11 horas) la gente se levanta, pasea, se estira y hasta va a la cocina a por zumitos y vasos de agua. Estamos desenado llegar y, cuando por fin lo hacemos, tenemos que pasar el control de pasaportes… Pasamos más de dos horas haciendo cola porque hay poquísima policía trabajando y esto acaba de agotarnos.





Una vez pasado el control y recogido las maletas (que llevaban la tira de tiempo en la cinta dando vueltas), cogemos el airtrain para ir a por el coche de alquiler.
La gente ha salido ya de trabajar, así que las carreteras están atestadas. Las millas no cunden, las señales nos resultan extrañas… y si no fuera porque el iPad tiene GPS y nos descargamos una aplicación estupenda, todavía estaríamos por allí dando vueltas. Todo mejora cuando abandonamos la autopista y entramos en carretera secundaria.
Es Halloween y, aunque es de noche, hay gente en las calles, niños yendo de casa en casa y celebrándolo en los patios de los colegios. Esto nos anima un poco y nos da algo de energía para continuar, porque estamos realmente cansados y aún nos queda un trecho hasta Oakhurst.
Llegamos al hotel a las 22:30 hora local. Hemos estado viajando más de 28 horas desde que salimos de casa y la última parte ha sido realmente dura… con el cerebro a punto de entrar en modo desconexión en un par de ocasiones. Aunque nuestro plan era bueno (hay 196 millas de San Francisco a Oakhurst), el tiempo de espera para poder salir del aeropuerto y los atascos de la autopista hicieron que perdiéramos más de cuatro horas, dejándonos tan exhaustos que, cuando la amabilísima recepcionista del hotel empezó a darnos información, filtramos gran parte de la misma.
Habitación. Lavarse los dientes. Caer rendidos sobre la cama. Piiiiiiiii.
Noche en Yosemite Southgate Hotel
 


 
 
Día 2. OAKHURST – YOSEMITE N.P. – MONO LAKE – OAKHURST (01.11.12)

Aunque la cama queen size es una gozada, la insonorización del edificio no es a la que estamos acostumbrados, así que nos despertamos a las 8, duchita y a desayunar. Aquí el desayuno es contundente: café, te y zumos, manzanas, yogures, tostadas y muffins recién hechos. Además usamos por primera vez una gofrera de verdad.

El día está bastante cerrado, pero qué le vamos a hacer… Intercambiamos algunas anécdotas con una familia valenciana que conocemos en la sala de desayuno y nos ponemos en marcha. Primero paramos en una gasolinera y tenemos algunos problemas con el surtidor porque sólo conseguimos echar 22$.
 
Tras 40 minutos llegamos a la puerta sur de Yosemite N.P. y pagamos la entrada a un ranger que parece de mentira, como si fuese disfrazado o hubiera salido de una película (pero es real). Nos da un mapa y nos dirigimos a Mariposa Groove. Al principio el bosque es normal, pero cuando llegamos al parking nos quedamos alucinados con los ejemplares de sequoia que nos rodean.
En este bosque se encuentran algunos de los seres vivos más ancianos de la tierra. Los árboles más significativos tienen nombre propio; el primero que encontramos caminando por la arboleda es Fallen Monarch, un  gigante caído que ha dejado al descubierto sus raíces.
Un poco más arriba siguiendo por el sendero, están The Bachelor y Three Graces, un conjunto impresionante de cuatro sequoias protegidas por una valla de madera que evita que los visitantes dañen el frágil ecosistema. 

700 metros más arriba encontramos el Grizzly Giant. Es el árbol más impresionante que hemos visto; no se puede explicar con palabras la magnitud de esta planta, que crece conservando el grosor de su tronco.

Muy cerca está el California Tunnel Tree, una sequoia que se puede atravesar y donde vivimos un momento surrealista. Esta costumbre que tenemos de ir haciéndonos fotos por todas partes mientras saltamos, a veces se convierte en un espectáculo. Mientras saltábamos junto al árbol, un par de chicos orientales nos hacían fotos desde lejos… Pero es que dos minutos después se nos ha acercado una señora para pedirnos que saltáramos a la vez ¡mientras nos grababa en vídeo!
Es realmente inexplicable lo pequeño que te hace sentir pasear entre estos gigantes y pensar que, aunque ahora son ejemplares aislados, en algún momento todo el bosque fue así.
 
Deshacemos el camino por la carretera y nos dirigimos hacia Yosemite Valley, haciendo la siguiente parada en Tunnel View. Se trata del primer mirador desde donde se puede apreciar el valle entre las dos moles de piedra que son El Capitán y Half Dome. Aunque el cielo no está bonito, nos quedamos con la boca abierta ante la inmensidad.
   
Recorremos toda la carretera y paramos en El Capitan Meadow. Ninguna foto hace justicia a la inmensa pared de granito que es El Capitan. Es taaaaan grande que los escaladores parecen simples puntitos que se mueven por la roca lentamente. Esta gente está claramente echa de otra pasta, prueba de ello es que duermen en tiendas que cuelgan en la pared.


Después de ver ciervos salvajes, los picapinos, una cantidad incontable de ardillas grises y hacernos fotos en todas partes, decidimos coger Tioga Road con la esperanza de que Tioga Pass esté abierto y podamos visitar Mono Lake por la tarde.
Cuando preparábamos el viaje, en la web del parque el paso aparecía cerrado debido a las nevadas, así que cambiamos todo el itinerario que habíamos planeado creyendo que no podríamos ir al lago. Pero cuando las cosas tienen que suceder, simplemente suceden.
La subida es bastante larga, pero todo el trayecto merece la pena. A medida que nos alejamos de la parte más turística, todo se vuelve más salvaje, incluso la fauna. ¡Por fin vemos un coyote! Estaba en un arrimadero de la carretera y, al vernos pasar, comenzó a subir por la ladera de la montaña, pero me dio tiempo a bajarme del coche y sacarle un par de fotos.

Llegamos a Olmsted Point, desde donde se puede ver la cara menos conocida del Half Dome, todo el valle glaciar y moles de granito por todas partes. Hace muchísimo frío, bastante viento y está empezando a nevar, así que pronto reanudamos la marcha.
   
Antes de salir de Yosemite, paramos en la caseta de los ranges para preguntar si van a cerrar el paso ya que está nevando. Afortunadamente lo mantendrán abierto a no ser que la cosa se ponga muy mal y la nieve empiece a cuajar.
Bajamos un puerto con una pendiente impresionante y llegamos a Lee Vining, el pueblo más cercano a Mono Lake. Es la hora de comer, así que entramos en Nicely’s. Se trata del típico restaurante americano, de comida casera, hamburguesas, sándwiches y batidos. Todo está delicioso y muy bien de precio. Tomamos algo rápido, no hay tiempo que perder.
Repostamos de nuevo, a ver si ahora podemos llenar el depósito, y recorremos los diez kilómetros que hay hasta el centro de visitantes de Mono Basin National Forest. Una chica muy amable nos da un mapa y nos indica las principales zonas a visitar del lago.


Primero nos acercamos a Old Marina y nos quedamos un poco decepcionados. El día está muy gris, la zona huele fatal, hay moscas en la sal y las formaciones son muy bastas. Decidimos seguir hasta South Tufa y la cosa cambia completamente.


La carretera cambia completamente, pasando junto a la gran hilera de cráteres y acercándose a Panum Crater. Una vez en South Tufa, desde el mismo parking, ya son visibles muchas de las formaciones de tufa del lago que están por toda la orilla y en las inmediaciones, pues antes el perímetro del lago era muchísimo más amplio.

Por cierto, aunque nadie lo hace, nosotros decidimos pagar el parking como nos han explicado en el centro de visitantes: se mete el dinero (3 dólares) en el sobre, se extrae el resguardo para colocarlo en el coche y se introduce el sobre en el buzón. No sólo evitas que el ranger de turno te ponga una multa, sino que ayudas a conservar la zona con esta pequeña aportación, ya que la visita es gratis.
 
Sacamos fotos por todas partes, en todos los pináculos, hacemos algo que está prohibido (llevarnos unas muestras -pequeñas- geológicas), encontramos una playa realmente pintoresca y nos ponemos a saltar como locos, como hacemos por todas partes.
Y de pronto, de la nada, donde hacía un minuto no había nadie, aparece un tipo con su equipo fotográfico. Howard Jones (así se llama) es fotógrafo profesional y está de visita en la zona, pues en realidad vive en Utah.
Resulta cuanto menos curioso encontrarnos con él allí, descubrir que tenemos tantas cosas en común y acabar hablando de la Ley de la Atracción. Todo ocurre por un motivo y atraemos lo que pensamos. Así que no es casualidad encontrarnos mágicamente con alguien que cree en lo que nosotros creemos.
Hacemos unas cuantas fotos, charlamos sobre nuestros equipos… nos cuenta que se quedará por allí para hacer fotos nocturnas iluminando las formaciones de tufa con su nuevo y enorme foco y, nada más despedirnos, desaparece del mismo modo silencioso en el que apareció.
Como si se tratara de un cuento, un segundo después vemos un conejo entre los pináculos y, en un pestañeo, desaparece igual que lo ha hecho Howard.
 
Todavía sin salir de nuestro asombro, sacamos las últimas fotos y nos ponemos en marcha sin poder visitar el resto del lago. Empieza a hacerse tarde, tenemos que volver a cruzar todo Yosemite y no queremos arriesgarnos a encontrar el paso cerrado.

Por el puerto descubrimos que, en lugar de sal, aquí echan gravilla para evitar que se formen placas de hielo. Rápidamente se hace de noche, pero afortunadamente podemos engancharnos al ritmo de un Mitsubishi que parece conocer la carretera a la perfección y que va a toda pastilla. En la última parte del trayecto, se desvía por otro camino y la oscuridad nos engulle. Paramos en un arrimadero y salimos a ver las estrellas en un claro del bosque, pero volvemos rápidamente al coche porque hay animales (grandes) muy cerca y quién sabe si serán ciervos u osos. 

Llegamos al hotel bastante cansados, nos encontramos con los valencianos que van al pueblo a cenar, pero nosotros decidimos quedarnos en la habitación, comernos unos muffins de los del desayuno y acostarnos temprano.
Noche en Yosemite Southgate Hotel



Día 3. OAKHURST – YOSEMITE N.P. – SEQUOIA N.P. (02.11.12)
No hay nada como una noche de descanso para despertar lleno de energía. Nos levantamos, desayunamos y, cuando vamos a ponernos rumbo a Sequoia N.P., el sol nos da un beso en la cara. ¡Hace un día espléndido!
Rápidamente, antes de salir del parking, reestructuramos los planes. Como ayer improvisamos la visita a Mono Lake y no pudimos pasar la tarde en Yosemite, decidimos volver y aprovechar allí la mañana aunque seguramente eso supondrá tener que renunciar a algo más adelante. Así es la aventura.
Entramos en Yosemite y vamos por Sentinel Rd. Es tan temprano que todo está congelado, la hierba llena de escarcha y el sol derritiéndolo todo lentamente.


Un poco más adelante, nos detenemos donde comienza el trekking hasta The Sentinel. Es un paseo corto (1’1 millas) y sencillo que realmente merece la pena. El sendero recorre cruza un bosque de abetos y sequoias, sube al domo The Sentinel y ofrece una de las mejores vistas de todo el parque. No os dejéis engañar por las apariencias, se puede subir ahí arriba.

   

Como casi siempre que vamos en silencio por el bosque, tuvimos la fortuna de ver algunos animales, entre ellos una ardilla rallada (Eutamias minimus).
Una vez en la cima de The Sentinel, nos quedamos impresionados por la maravilla que se extiende ante nuestros ojos: 360 grados de bosques y moles de granito hasta donde alcanza la vista, desde nuestros pies hasta donde comienza el cielo en la línea del horizonte.



Esperamos a que se marchen los chavales que están allí de excursión con el colegio y disfrutamos durante un buen rato de la paz que se respira… porque nos quedamos solos.

   
 

 
Volvemos al parking con las pilas cargadas y rebosando energía, pero lamentando no tener más días para hacer más excursiones como esta. Definitivamente Yosemite merece una semana para disfrutarlo a fondo.
Continuamos por la carretera en dirección Glacier Point y paramos en Washburn Point, un mirador con vistas al Half Dome.
Mientras Miguel se dedica al paisaje, yo me divierto con otra ardilla que está como loca corriendo de un lado a otro. Es difícil seguirla, pues se mueve rapidísimo y de vez en cuando se esconde en alguna madriguera.

  
El final de la carretera que lleva a Glacier Point son unas revueltas infernales, pero merece la pena pasarlas para disfrutar de las vistas.
El Half Dome está tan cerca que casi parece que lo puedes tocar estirando la mano. Pero todo es una ilusión óptica. Lo que ocurre en realidad es que la mole de granito de tan gigantesca que es, se hace indescriptible.

Se está haciendo tarde y no queremos que la hora de comer nos pille en Yosemite. Comenzamos el camino de vuelta y, en una orilla de la carretera, vemos un coche parado… ¡junto a un coyote!
Damos media vuelta y nos colocamos cerca para sacar algunas fotos. El coyote está muy tranquilo, se nota que está acostumbrado a la presencia humana y es que, la gente del otro coche, le está dando algo de comer.

 
Esperamos pacientemente a ver si el otro vehículo se va, pero no parece que tenga muchas ganas. Al final nos entra hambre y abrimos un paquete de algo (no recuerdo de qué). Sólo con el sonido del envoltorio el coyote se acerca, aunque no le demos nada. El otro coche se marcha.
Es coyote es dócil, así que me atrevo a bajarme del coche para tener un ángulo mejor. Al verme tan cerca del coyote, una señora que pasa en su coche también se detiene y a partir de ese momento comienza el momento paparazzi. Cada coche que pasa se para y llega un momento en que nosotros, dentro del coche los dos, estamos rodeados por más de 15 personas haciéndole fotos al coyote.
Nos queda aún mucho camino hasta Sequoia N.P. así que dejamos allí al coyote y a la gente y nos ponemos en marcha. Paramos en Oakhurst a ver si conseguimos cambiar algunos euros, pero en el banco no cambian divisas así recurrimos de nuevo al cajero.
A la altura de Fresno no podemos más del hambre que tenemos y paramos a las afueras en busca de un lugar donde comer. Sólo nos pilla cerca un McDonald’s y, aunque no es lo que más nos apetece, entramos. Tiene 14 menús diferentes… No nos damos cuenta de que aquí todo tiene un tamaño descomunal y nuestros menús grandes tienen bebida de 1 litro y las patatas son descomunales. O_o
Compramos agua en el supermercado y unos batidos en el McDonald’s para tomárnoslos en el coche. La carretera va hacia las montañas y, antes de empezar a subir el puerto interminable, paramos en una gasolinera la mar de pintoresca, pues es probable que dentro del parque no haya dónde repostar.

Toda la zona está bastante desierta, sólo hay enormes extensiones de cultivo (algodón, naranjas, aguacates, alcachofas) que llegan hasta donde alcanza la vista. Voy fijándome en cada pequeño conjunto de casas, porque me temo que a la vuelta necesitaremos un lugar donde parar a comer.

Comienza el puerto y subimos hasta superar los 3.000 metros de altura. Las vistas son impresionantes. Toda la ladera de la montaña está cubierta por un espeso bosque de coníferas que contrasta con las llanuras que hemos cruzado y que ahora no se ven, pues una extraña bruma (¿polvo en suspensión? ¿contaminación?) lo ha cubierto todo y parece que haya niebla allí abajo.
Entramos en el parque justo cuando se está poniendo el sol. Menos mal que el hotel está cerca… pero la carretera es tan retorcida que, cuando llegamos al parking, ya es de noche.
   
El recepcionista del Montecito Sequoia Lodge nos explica un montón de cosas en un inglés a alta velocidad que nos permite entender lo justo: no dejar nada de comida en el coche porque hay osos por la zona, el desayuno es de 8 a 9 y la cena de 18 a 19. Dejamos las cosas en la habitación y bajamos al coche a por algunos frutos secos que habíamos dejado. Resulta que los osos tienen un olfato extremadamente sensible y no les importa romper medio coche para conseguir un chicle, un bote de pasta de dientes o cualquier cosa que desprenda olor. Hace dos semana han tenido un caso así.
 
El hotel está bastante dejado. Quizá veinte años atrás fuera un maravilloso lugar de vacaciones, pero ahora le hace falta urgentemente un repaso a fondo, mucha limpieza y renovación de todo el mobiliario así como de las instalaciones de recreo del exterior.
Nos acomodamos, repasamos las emociones vividas durante el día y caemos agotados por el cansancio.

Noche en Montecito Sequoia Lodge, Sequoia N.P.



Día 4. SEQUOIA N.P. – MARINA (MONTEREY) (03.11.12)
La cena buffet de anoche era bastante cutre (sólo tomamos una ensalada), así que nos esperábamos un desayuno en la misma línea pero nos equivocamos, afortunadamente. Había filetes de jamón dulce asado, patatas rancho y huevos revueltos; gofres con sirope y nata montada, cinnamon rolls recién hechos, frutas, yogures… El desayuno es la comida más importante del día. ¿Quiénes somos nosotros para contradecir eso?
Es bastante temprano cuando salimos del hotel, así que podemos disfrutar a solas del lago que hay junto al Montecito Lodge.

   
No hay nadie en la carretera cuando comenzamos a bajar hacia Sequoia N.P, pues no son ni las 9 de la mañana. Hay que recordar que, aunque hemos dormido dentro del parque, en realidad se trata de dos parques en uno (Sequoia and King’s Canyon N.P.) que se unieron abarcando una enorme extensión de terreno para intentar atraer más visitantes, pues la mayoría no bajan aquí después de haber estado en Yosemite.
Un poco después de pasar el gran cartel de Sequoia N.P. encontramos las primeras (y gigantescas) sequoias: Lost Grove. Dejamos el coche a un lado de la carretera y nos vamos a perdernos por el bosque.
 
Convenzo a Miguel para que escale por las raíces y el tronco de una de las sequoias y, cuando intento hacerlo yo, ¡no me llegan los brazos! No sé cómo ha conseguido subir porque la madera es muy suave y resbaladiza.
El árbol tiene una enorme grieta en la zona de las raíces provocada por el fuego, pues las sequoias tienen una extraña relación con los incendios hasta el punto de que, aunque los árboles se quemen en la base, sobreviven y siguen creciendo. Aunque está muy oscuro, decido entrar en el hueco del árbol que es increíblemente grande. ¡Aquí se puede hacer una fiesta!
No paramos de subir por la ladera, pues la zona es impresionante. No es lo mismo ver un par de sequoias entre un montón de abetos, que pasear por un bosque formado íntegramente por árboles gigantes. La sensación es abrumadora, como si todo hubiera crecido exageradamente y en cualquier momento pudiéramos ver una diplodocus alimentándose de las ramas más altas. 

Aún nos quedan ganas de hacer fotos, así que pasamos unos último minutos entre los árboles más cercanos a la carretera donde los troncos de varias sequoias se han juntado formando estructuras alucinantes.


Continuamos carretera abajo hasta llegar al Sherman Tree Trail donde está el General Sherman, la sequoia más voluminosa del mundo.
 
El paseo hasta el árbol es muy cómodo de bajada, pues está asfaltado y mantiene las zonas de sequoias valladas para proteger el ecosistema. A la hora de invertir la ruta, la pendiente engaña y cansa más de lo que parece, por eso han colocado bancos y zonas de descanso de cuando en cuando para que puedas tomarte el ascenso con calma.
Además del impresionante General Sherman, que tiene 11 metros de diámetro, 31 metros de perímetro y casi 84 metros de alto, hay muchas otras sequoias alucinantes en la arboleda: desde dos que crecen en paralelo con un pequeño espacio entre ellas (se las conoce como Twins), hasta una sequoia caída en la que se ha tallado un túnel para poder cruzarla.
Volvemos al parking y, antes de marcharnos de Giant Forest, damos una vuelta (solos) por el Big Trees Trail: una hermosa pradera rodeada de sequoias. Por desgracia tenemos que marcharnos del parque (pues tenemos reserva en un hotel en la costa y nos quedan muchas millas por delante). Se nos quedan en la lista Moro Rock, Crescent Meadow y otras preciosas zonas de Sequoia N.P. que tendrán que esperar a la próxima visita.

Bajamos el puerto a buena velocidad (no hay nadie en la carretera), disfrutando del hermoso paisaje que tenemos ante nosotros.
Paramos a comer en Clingan’s, el restaurante que está en el cruce frente a la gasolinera en la que paramos el día anterior. Tomamos unas deliciosas hamburguesas caseras (es que no había mucho más donde elegir) con patatas dulces (deben de ser de batata).
Pillamos unos cafés para llevar y dejamos unos dólares de propina en la tacita que tienen para ello, lo que hace que al camarero le dé un ataque de alegría.
Aquí comienza la carretera llana, prácticamente en línea recta hasta Monterey, cruzando de nuevo enormes campos de cultivo y de árboles frutales. En California se cultiva la gran mayoría de las frutas y verduras que se consumen en Estados Unidos.
 
Averiguamos cómo funciona el control de crucero del coche y conseguimos llegar al hotel a las seis de la tarde, antes de que se haga de noche.
Me da un ataque de risa cuando el recepcionista, que se parece a Stevie Wonder comienza a contarnos cómo va todo a una velocidad increíble (más rápido aún que el recepcionista del Montecito). Vamos a la habitación, nos damos una buena ducha y nos quedamos descansando porque, por cosas del jet lag, no tenemos hambre para cenar.
Noche en Hotel Ramada, Marina

 
* Nochecita toledana.
No todo son aventuras, también hay desventuras. A la 1 de la madrugada ha empezado a sonar la alarma del detector de incendios. Llamamos a recepción. No contestan. Vamos hasta el mostrador. No hay nadie, sólo un cartelito diciendo que ahora vuelven. Vigilamos la recepción desde el final del pasillo. A las 3 de la mañana, tras ir hasta al mostrador de nuevo, dejar una nota y golpear con los nudillos la puerta de la oficina, conseguimos que venga el recepcionista (descalzo, con la camisa por fuera y completamente despeinado) y, tras insistirle, cambia la batería. Ni disculpas, ni buenas noches. Increíble.

 

Día 5. MARINA – POINT LOBOS – PACIFIC GROVE – NATURAL BRIDGE S.P. – SANTA CRUZ – MORGAN HILL (04.11.12)
He visto pasar todas las horas en el reloj. Lo que en el Ramada llaman “deluxe continental breakfast” tiene de deluxe lo que el recepcionista de profesional. En fin, que si vais a Marina, alojaos en cualquier otro hotel.
Tardamos 10 minutos en conseguir echar gasolina. En cada gasolinera los surtidores funcionan de una manera. Menuda trama. Pero eh… no vamos a dejar que nada ni nadie nos amargue el viaje, que hoy tenemos por delante un día intenso y, suponemos, maravilloso.
Nos dirigimos a Point Lobos, un parque estatal que no queda muy lejos de la península de Monterey. Pagamos la entrada y el ranger de la puerta nos explica que podemos utilizarla durante todo el día en todos los parques estatales con el símbolo del oso. Nos da un montón de folletos, un mapa y nos indica lo que no nos debemos perder dentro del parque.


La primara parada es Whalers Cove, un corto paseo por un saliente de roca que permite ver la cala desde todos los ángulos. Las formaciones rocosas y los árboles que crecen en extrañas direcciones. El lugar es impresionante, nos quedamos sobrecogidos por la belleza del paisaje.
Y, cuando casi estamos llegando de vuelta al parking, vemos una cierva entre los árboles a penas a cinco metros de donde estamos. La gente pasa a nuestro lado sin percatarse de que ella está allí, pastando tranquilamente camuflada entre las plantas. Nos mira curiosa, sin miedo, e incluso se acerca un poco más mientras le hacemos fotos.
 
De nuevo en el coche, avanzamos hasta el parking del Allan Memorial Grove. Este increíble lugar es una preciosa arboleda de cipreses de formas retorcidas que parecen bonsáis gigantes. 

Desde el mismo parking se tiene acceso al camino que lleva a Punta de los Lobos. Desde la rocas donde rompen las olas se ven las rocas en las que centenas de lobos marinos se relajan al sol, aullando y refrescándose con la espuma de mar. Es un lugar precioso que no se parece en nada a ningún otro en el que hayamos estado.

Ya que estamos cerca de la península de Monterey, nos acercamos a Pacific Grove, también conocida como la ciudad de las mariposas.
Muy cerca del mar hay un pequeño parque, una sencilla parcela pública, en la que crecen unos pocos eucaliptos que sirven de refugio a miles de mariposas monarca durante el invierno.
Nada más aparcar, vemos las primeras mariposas revoloteando en los jardines de las casas cercanas al parque. Hace bastante calor así que, aunque muchas están durmiendo en los árboles, hay docenas volando y planeando por todas partes dentro del parque. Lo más impresionante no es el tamaño que tienen o cuántas hay, sino la sensación que se tiene viéndolas volar a tu alrededor. Y eso es algo que no se puede vivir en cualquier sitio.
 
Hay un par de voluntarias en la parte alta del parque con un telescopio apuntando hacia las ramas de los árboles donde una increíble colonia de mariposas duermen y se camuflan entre las hojas.

Cuando creíamos que ya no podíamos flipar más, aparece un colibrí y empieza a alimentarse de las mismas flores que las monarcas. Seguramente para los californianos es de lo más normal que estos pajarillos revoloteen por sus jardines, pero nosotros nos quedamos absolutamente maravillados ante tan increíble criatura. Y es que el colibrí no sólo va y viene, se mete entre las flores y desaparece súbitamente para volver a aparecer a los tres minutos, sino que se posa ante nuestros ojos y se queda allí parado, tan tranquilo.
   
Todavía no me creo que lo hayamos fotografiado. ¡Era más pequeño que las mariposas! Y chillaba muchísimo. Parecía tener crías en algún árbol y por eso iba a posarse al arbusto hasta que cazaba algún insecto y lo llevaba hasta el nido.
Siempre he querido ir a comer a un IHOP (International House Of Pancakes) cuando visitara Estados Unidos y hoy nos pilla uno cerca. La carta es abrumadora… empezando por que aquí las tortitas se toman como nosotros tomamos el pan de barra, siguiendo por la interminable lista de deliciosos platos para elegir y terminando por el hecho de que puedes pedir para comer cualquier cosa, incluso los desayunos.
Pedimos un sándwich de pechuga de pollo y bacon y otro de pollo con tomates confitados. Es muy difícil decidirse, porque además puedes hacer multitud de combinaciones con los acompañamientos. De postre un helado americano con nata montada y sirope de chocolate, y un café french vanilla que pedimos para llevar. Podríamos comer aquí cada día, jajajajajajaja.
 
La primera parada de la tarde es Natural Bridges State Park donde, además de una playa estupenda con un bonito arco de piedra natural, hay un santuario donde también hibernan las monarca.
Hay una pequeña zona vallada donde crecen las plantas nutricias de las que se alimentan las orugas. No son fáciles de encontrar pues, como la mayoría de los insectos, se camuflan bastante bien.
En la caseta de información hay una exhibición sobre el ciclo de vida de estas mariposas y la ruta de migración entre Canadá y México que realizan cada año millones de ejemplares por la costa del Pacífico.
   
La zona de eucaliptos donde duermen las mariposas es mucho más grande que la de Pacific Grove y hay muchas más monarcas aquí, pero el hecho de que sea por la tarde y que la temperatura haya descendido algunos grados, hace que la mayoría estén en los árboles y la sensación sea menos impresionante que la que vivimos por la mañana. 
Además es domingo y hay bastante gente que ha venido a la playa y ha aprovechado para visitar el santuario, así que toda la magia de la experiencia se pierde.
Nos acercamos a la playa. Es una zona muy tranquila, sin grandes olas gracias la formación de las rocas, a la que van familias con niños a pasar el día y hacer picnic.
Desgraciadamente la marea está muy alta y no se puede ver aún el arco natural, pero si nos quedamos hasta la puesta de sol no nos quedará tiempo para visitar el último lugar que tenemos hoy en nuestra lista. Por eso tomamos unas últimas fotos y nos ponemos en marcha en dirección Santa Cruz.


Santa Cruz es precioso. La gente va paseando, en bici y en patines por el paseo que hay junto a los acantilados y la playa. Se respira un ambiente relajado y festivo, todo el mundo disfruta del buen tiempo. 

Hay muchos de surfistas en el agua y nos llama la atención la cantidad de gente con sus perros que hay jugando en la playa sin ningún problema o prohibición. Se nota que aquí todo el mundo disfruta de la vida, parece incluso que el tiempo transcurriera de otra manera y nos dan ganas de mudarnos a cualquiera de las maravillosas casas de madera que hay allí.

Decidimos quedarnos hasta que se ponga el sol. Vamos andando hasta el Lighthouse Field y no nos extraña ver gradas montadas y cantidad de gente allí reunida, pues Santa Cruz es la cuna del surf de Estados Unidos. Parece que hay una prueba de algún campeonato
Nos hacemos un sitio en un saliente de roca y nos quedamos absolutamente alucinados con las enormes olas que se forman de la nada. El mar parece estar en calma, pero es tal la corriente de las aguas profundas de la bahía de Monterey que las olas crecen mágicamente a medida que se acercan a la costa.
 
Todos los surfistas no profesionales están esperando en la orilla, pues tienen prohibido meterse en el agua hasta que finalice la prueba. Pero en el momento que acaba, cuando el sol comienza a tocar la línea del horizonte, saltan desde las rocas para coger las últimas olas.

Es difícil decirlo, pero hoy probablemente ha sido el mejor día de cuantos llevamos en California. Estamos cansados, es de noche y se agradecen muchísimo las líneas amarillas del centro de la carretera, que ayudan a no perder la dirección.
Nos vamos hacia Morgan Hill donde, por cuestiones de trabajo, tendremos que pasar tres días. Menos mal que se han portado y, para resarcirnos de los últimos hoteles, vamos a una residencia de la cadena Marriot.
Noche en Morgan Hill Marriott Residence Inn






Día 9. MORGAN HILL – POINT ARENA – MILL VALLEY (08.11.12)
Ni que decir tiene que la experiencia Marriot es incomparable. El apartamento, el trato de todo el personal, las instalaciones, las cenas y desayunos… Creo que es insuperable. Pero todo tiene un fin, qué lástima.
 
Antes de empezar la ruta del día, hacemos una parada en Cupertino por pura curiosidad. Todos los edificios son de Apple, con manzanitas de diferentes colores. Hay una tienda junto al Infinite Loop Building donde venden merchandising de la empresa, desde camisetas y lápices hasta termos para el café, pero nada de tecnología: ni MacBooks, ni iPods, ni iPads, ni nada. Además los dependientes están un poco zombis… se ve que no están acostumbrados a la presencia humana y, cuando les preguntas, se quedan procesando como si su cerebro les diera error del sistema.
 
Seguimos por la carretera hacia el norte y llegamos a San Francisco cruzando el Golden Gate. Tengo que reconocer que íbamos con la boca abierta y un poco emocionados. Hace un tiempo de perros y, justo cuando estamos en mitad del puente, se pone a llover como si no hubiera mañana, nos adelanta un camión de la basura y, durante unos segundos, no vemos nada de nada.
Hoy no hay tiempo para pararse a hacer fotos en San Francisco si queremos llegar hasta Bowling Ball Beach, así que tomamos la carretera de la costa y al rato entramos en Sonoma Coast State Park.
Desde el minuto uno nos quedamos alucinados. La vegetación tiene unos colores indescriptibles, los acantilados una altura considerable y las olas que rompen en las rocas le dan un dramatismo bárbaro al paisaje.
 
Hace mucho mejor tiempo aquí, así que nos vamos parando en cada mirador. Y aunque el viento es bastante fuerte, eso le viene de perlas a las gaviotas, pelícanos y águilas pescadoras de la zona. Es un espectáculo para la vista verlas planear, subir y bajar con las corrientes y desaparecer en la lejanía.


A medida que nos acercamos a Gualala, la carretera se vuelve cada vez más retorcida y tortuosa. Además hay muy poco arcén, con lo que debemos bajar considerablemente la velocidad para no tener ningún percance.
Paramos a comer en el Bones Roadhouse, que está junto a la carretera y donde vemos varios lugareños dando buena cuenta de los generosos platos que sirven. Sus hamburguesas con salsa barbacoa casera son conocidas en toda la zona.
El lugar es de lo más pintoresco: está lleno de matrículas de coche, cubos, aviones y camiones colgados del techo en la zona de comedor; tiene vistas al mar, los dueños son simpatiquísimos y tienen un buldog enoooorme (y muy dócil) que sale a recibirte cuando entras y se pasea de vez en cuando entre las mesas. Pero lo mejor es la zona del bar, cuyo techo y paredes están completamente empapeladas con billetes de un dólar customizados por todo el que ha pasado por allí. Por supuesto, nosotros dejamos el nuestro pinchándolo con el curioso artilugio que tienen para ello.
   
Mientras comemos cae otro chaparrón considerable, pero escampa en cuanto reemprendemos la marcha. Por esta zona hay que tener muchísimo cuidado porque, como ya he dicho, no hay prácticamente arcenes, es un terreno abrupto y los ciervos campan a sus anchas… De hecho tenemos un par de sustos, pues algunas parcelas están valladas y cuando se asustan tienen tendencia a cruzar la carretera. Menos mal que, de vez en cuando, hay un arrimadero donde pararnos a descansar y a reponernos del encuentro.


Parece que las tormentas nos van a aguar la visita (nunca mejor dicho). Ya sabíamos que esto iba a ser una lotería, porque todo dependía de la marea que, para nuestra desgracia, ha subido muy rápido debido al tiempo inestable.
Según mis cálculos, debíamos haber llegado ya a Bowling Ball Beach… pero no hay ningún cartel que indique nada y seguimos hasta Point Arena. 
En el faro, mientras cae un aguacero del quince, preguntamos a un lugareño que habla con un policía y nos indican que la playa está junto a un “narrow bridge” y que hay una zona de aparcamiento sólo en sentido sur. Lo encontramos sin problemas y esperamos un ratito en el coche a que deje de llover.

Como he dicho, desgraciadamente la marea estaba muy alta y no pudimos ver las rocas por las que es famosa esta playa, pero aún así la visita mereció la pena.  
Bowling Ball Beach, en el condado de Mendocino, es conocida por las hileras de rocas que el tiempo y la erosión han convertido en bolas de piedra  perfectamente moldeadas.
La geología de la zona es impresionante y única, no sólo por las rocas esféricas que van desde el tamaño de una bola de bolos hasta los 3’5 metros de diámetro, sino por las diferentes capas de sedimentos y los fósiles del Mioceno.
(Fotografía: Gary Crabbe - http://500px.com/photo/804384)
  
Paseamos un rato por la playa, nos asomamos entre las rocas y esperamos a que se ponga el sol. El lugar es tan bonito que pronto se nos pasa la decepción. Si alguna vez vais por allí, no dudéis en hacer esta visita.
 
Se empieza a hacer de noche y tenemos muchas millas y unas cuantas curvas hasta el hotel de hoy. Vamos con el doble de cuidado porque los ciervos siguen por todas partes y la oscuridad es casi absoluta.
Sólo paramos una vez, en uno de los miradores de la costa, para ver las estrellas. La ausencia de luz no es total, porque de vez en cuando pasa algún vehículo, pero aún así sacamos el trípode e intentamos llevarnos un recuerdo de la bóveda estrellada y sin una sola nube que hay en el cielo.
Llegamos a Saulsalito, donde según el mapa de booking.es está nuestro hotel. Ni rastro del Tam Woods Hotel por allí. Después de darle unas cuantas vueltas a la reserva y de preguntar a un taxista, vamos a Mill Valley (a un par de kilómetros al otro lado de la autopista) y, justo a la entrada del pueblo, vemos el alojamiento. Desde luego, los de booking.es se han lucido, porque al recepcionista no le consta nuestra reserva. Afortunadamente nosotros llevamos todos los papeles y hay habitaciones libres, así que no hay ningún problema (incluso nos respetan la oferta de nuestra reserva).
 
Antes de ir al hotel, hemos parado a cenar en in IHOP porque estábamos casi desmayados. Desde que llegamos a Estados Unidos y vimos que se podían pedir desayunos a cualquier hora del día, hemos querido hacerlo. Así que no nos cortamos y pedimos una montaña de tortitas para cada uno.

Noche en Tam Woods Hotel, Mill Valley




Día 10. MILL VALLEY – SAN FRANCISCO – MILL VALLEY (09.11.12)

La cama era una pasada. Menos mal que hemos podido descansar antes de que una docena de obreros empezaran a hacer ruido por todas partes. Vamos a ver, alma de pollo… si vas a reformar el hotel ¡ciérralo! Más que nada porque los clientes están pagando por oír a los pintores moviendo muebles en la planta de abajo, al del camión descargando máquinas y material en el parking, a los jardineros poniendo una valla nueva, al de la radial cortando el asfalto… Vamos, una locura.

Después de una buena ducha y un desayuno un poco austero, subimos con el coche a Conzelman Road, desde donde se ve la ciudad de San Francisco, el Golden Gate, la bahía, Alcatraz y Kirby Cove. El sol nos da justo de frente, pero no vamos a quejarnos ya que, comparado con el día que hizo ayer, es un verdadero regalo que hoy no llueva. Todavía es temprano, así que no hay nadie en el mirador.
Antes de ir a la ciudad, nos acercamos al Best Buy (el “Compramás” de Chuck) de Mill Valley a comprar unos encargos. El dependiente, totalmente desganado, parece un auténtico zombi. ¿Qué le pasa a la gente?

Cruzamos el Golden Gate (que de entrada a San Francisco cuesta 6$) y nuestra primera parada es Twin Peaks, unas colinas gemelas en el centro de la ciudad que ofrecen una vista espectacular de 360º.


Junto al aparcamiento, hay un grafitero haciendo cuadros con escenas típicas de la ciudad a una velocidad increíble. El tipo se da una maña que deja impresionado. Pero, a parte del espectáculo de verle dibujar, no tiene mucho éxito entre los turistas que se conforman con curiosear un poco.
Las vistas del barrio financiero son alucinantes. Se ve perfectamente California Ave. entre medias de los rascacielos. Pero también se ve el Golden Gate, la bahía, el enorme parque de la ciudad… Vamos, que mires donde mires hay algo interesante. Incluso las casas más cercanas, de colores y muy pintorescas, que parecen un trenecito en la subida a la colina.




Las calles de San Francisco son chulísimas, tal y como se ven en las películas: subidas y bajadas infinitas. Vamos hacia Japan Town y, para llegar allí, pasamos por un extremos del Golden Gate Park donde hay concentrados docenas de vagabundos al más puro estilo Walking Dead deambulando en todas direcciones en manada. Ya había leído en alguna parte que la diferencia de clases en San Francisco había avocado a mucha gente a la pobreza extrema, pero no esperaba esto.
Nos llama mucho la atención que en casi todas las esquinas hay señales para los ciclistas, no sólo las que informan de las direcciones y rutas, sino también algunas que advierten de rachas de aire o tráfico peligroso.


En Japan Town todos los carteles están en japonés, muy considerado por parte del ayuntamiento. Seguimos hasta Alamo Square donde están las famosas casitas “painted ladys”.
Aunque son una monada, no vamos a entretenernos mucho así que, mientras Miguel hace unas fotos, yo espero en el coche (por si viene algún policía, ya que no hemos sacado ticket del parquímetro) y me río a gusto de una chavala que no para de hacer el moñas con los pulgares mientras su novio, muerto de vergüenza, le saca fotos una y otra vez.
 

Paramos también en Castro, el que dicen es el barrio gay más grande del mundo. Echamos tres moneditas de un cuarto de dólar en el parquímetro y tenemos 25 minutos para pasear por la zona (¡¡es que no llevábamos más monedas y sólo aceptan las de ¼!!).
Hay librerías preciosas, boutiques de ropa muy moderna y alternativa, pastelerías y tiendas de delicatessen en las que podrías pasar un día entero comiendo cosas deliciosas y mucha gente por todas partes disfrutando de las terracitas y el buen tiempo.
Es temprano, así que parece que el barrio aún no ha cogido ritmo. Pero nosotros lo preferimos así, podemos caminar tranquilamente y hacer fotos a los grafitis, los tranvías, las curiosas entradas de las casas decoradas con todo tipo de material reciclado convertido en macetas… Realmente es un lugar con mucho encanto y que destila buen rollo.

Cruzamos el barrio chino y nos quedamos alucinados, no sólo porque todos los letreros de calles y comercios estén en chino y porque sólo haya ciudadanos chinos (a centenares) por todas partes… Sino porque hay carromatos, tuctucs y mercadillos por todas partes tal y como te lo esperarías si estuvieras en China.
Eso sí, el callejón famosos de Karate Kid es un tolao, todo hay que decirlo. La pena es que no podemos parar para perdernos porque hemos entrado por el lado equivocado. Aún así, desde el coche vemos cantidad de cosas curiosas, como libros colgando en los cables de una punta a otra de la calle o edificios completamente cubierto con dibujos realmente trabajados.

Vamos hasta The Embarcadero, donde están todos los muelles. Hay un gran parking que, aunque cuesta 8$ la hora, es lo más barato en la zona. !!! No sé si realmente podríamos haber dejado el coche en otro sitio y haber venido en autobús urbano… Ni idea.


Entramos a comer a uno de los muchos restaurantes que hay. Cuando salimos, aunque el hace un bonito día con el sol brillando en el cielo despejado, el viento sopla del norte y te deja la cara helada. De hecho medio país está en alerta por la borrasca que viene de Alaska y que en los próximos días llegará a California.
Avanzamos muy lentamente porque todo es pintoresco y llamativo y, cada vez que pasa un tranvía, una motoreta, un tío en bici o una nave espacial, Miguel lo filma o fotografía, jajajajajaja.
La acera “interior” de The Embarcadero está llena de tiendas de todo tipo: restaurantes, dulces, antigüedades, figuras decorativas gigantes, decomisos, loppis* variadas y souvenirs. (*Loppis: palabra noruega que utilizan en el país nórdico para denominar a toda la porquería que uno guarda en el trastero/garaje y que un día decide vender poniendo en su jardín un mercadillo).
 
Entramos en alguna tienda para comprar a la familia los típicos recuerdos y, junto al acuario, descubrimos una muy llamativa donde venden cantidad de cometas, voladores y molinillos de los que se ponen en las macetas. Es un espectáculo en sí mismo todo el colorido, la música y las pompas de jabón que flotan por la entrada.
Al lado hay un músico callejero, con una batería de percusión y un equipo de música que emite las bases de las canciones, dando un auténtico concierto. El tipo es realmente simpático y tiene al público en el bolsillo.

Volvemos a Pier39, pues hemos llegado andando hasta el veintitantos, y entramos en lo que es el muelle en sí. Todo el suelo es de madera, las tiendas y restaurantes tienen dos alturas y la sensación es de estar en un pequeño parque de atracciones.
Decir que es un lugar pintoresco y de obligada visita es una obviedad, pero es que realmente lo tienen muy bien montado. Hay incluso alguna cafetería donde puedes tomarte un helado o un refresco mirando al mar… lo tienen todo pensado.


Por supuesto, lo más espectacular y conocido de Pier39 no son las bonitas embarcaciones que hay amarradas en los muelles, sino la colonia de leones marinos que se echa la siesta allí.
Son unos animales realmente cachondos. Parece que están durmiendo apaciblemente o disfrutando de la tarde soleada en calma total, pero cada vez que uno se mueve, entran en una especie de frenesí y comienzan a gruñirse, tirarse bocados y aullar hasta que el que se había movido pasa literalmente por encima de todos los demás y se coloca en su sitio.

Pasamos un buen rato haciéndoles fotos y, sobre todo, disfrutando de tener tan cerca unos animales tan increíbles.

Empezamos a estar cansados, así que vamos al parking y nos quedamos alucinados cuando vemos que hemos tenido allí el coche 2 horas y 58 minutos. Dos minutos más y en lugar de 24 dólares, hubieran sido 32.
Callejeo con mi mapa hasta que doy con la manera de bajar por Lombard St., otro lugar que no te puedes perder si vas a San Francisco. Tiene mucha gracia la bajada porque, mientras vamos en el coche, hay docenas de turistas en cada curva haciendo fotos.
Vamos hasta Land’s End, en el extremo oeste de la ciudad, intentando obtener una mejor vista del Golden Gate al atardecer, pero no hay manera… a menos que te pegues una pateada hasta la playa dejando el coche en un aparcamiento con claras señales (muchos cristalitos rotos en el suelo) de que aquí roban. Nos conformamos con ver el puente entre los árboles.

Nos metemos en la marabunta de coches que cruza el puente para salir de la ciudad y nos vamos al hotel a organizar todo para el día siguiente. Se nos bloquea el check-in on line de tanto intentarlo antes de tiempo, pero confiamos en que mañana todo vaya bien.
Salimos a cenar a un Denny’s que nos queda a 4 minutos. Filetes rusos con salsa, maíz y patatas fritas para mí; pechugas de pollo con salsa barbacoa, puré de patatas con queso fundido y happy corn para Miguel, con pan de ajo y un postre para chuparse los dedos.

 
Noche en Tam Woods Hotel, Mill Valley



Día 11. MILL VALLEY – SAUSALITO – POINT BONITA – MADRID (10.11.12)

Nos levantamos tranquilamente y terminamos de hacer las maletas antes de ir a desayunar. La verdad es que el hotel está situado junto a un lugar increíble. Hay una especie de marisma y un paseo que une Sausalito y Mill Valley por el que hay cantidad de gente montando en bici, paseando y corriendo.

Después de desayunar y meter las maletas en el coche, damos una vuelta caminando por la zona. Hay un muelle con casas flotantes y hasta una avioneta en el agua.


Como tenemos toda la mañana libre antes de coger el avión de vuelta a casa, decidimos ir a Muir Woods State Park que está en la misma carretera que Kirby Cove. 
Desgraciadamente es sábado y la entrada al parque es gratis (no sabemos si lo es todos los sábados o sólo hoy), pero la cantidad de coches que hay en los parkings e incluso en los bordes de la carretera durante tres kilómetros nos hacen desistir y, como ya hemos visto sequoias en Yosemite y en Sequoia N.P., avanzamos hasta la playa.
Muir Beach es una playa pequeña pero preciosa donde la gente va a pasar el día en familia, a hacer deporte o a pasear con el perro, pero lo más llamativo es que está saliendo directamente del bosque y hay unas pocas casitas de afortunados por toda la colina que tienen vistas al mar.
 

No queremos irnos de California sin visitar Sausalito. Allá que vamos. Ni qué decir tiene que los pueblos de la costa de California tienen mucho encanto, pero Sausalito es un tema a parte.
Su situación en el mapa es absolutamente privilegiada, con unas vistas a la ciudad de San Francisco que casi parece que la puedas alcanzar con la mano.
Sus más de 400 casas flotantes, las tiendas, restaurantes y hoteles, el ambiente entre bohemio y lujoso… hacen de Sausalito un lugar completamente diferente.


Desde Sausalito sale un ferry a San Francisco y otro a la prisión de Alcatraz. Pero se no tenemos tanto tiempo, así que tendremos que dejarlo para la próxima vez.
 
 

Desde allí nos vamos a Point Bonita, dentro del Golden Gate National Recreation Area, desde donde hay unas preciosas vistas del puente y la ciudad de San Francisco. Desde el aparcamiento, hay un agradable paseo por los acantilados y, antes de llegar al faro en sí, vemos una colonia de focas tomando el sol en una roca.
El faro está aún en activo, pero los servicios del parque permiten el acceso a él y la guarda costera lo mantiene y lo cuida. 
 

Quizá el faro no sea gran cosa por dentro, pero las vistas a la bahía son fabulosas.



 
Haciendo el camino de vuelta, paramos en varios miradores porque uno no se cansa de las vistas. Probablemente el Golden Gate sea uno de los puentes más fotografiados del mundo, pero es que es inevitable.
Nos ponemos en marcha y cruzamos San Francisco siguiendo la línea de la costa, en lugar de hacerlo por el centro de la ciudad. Nos quedamos impresionados con la playa kilométrica que hay en la orilla oeste de la península.
Hay docenas de personas haciendo kite surf, jugando al voley playa y corriendo por todas partes. Y cuando digo que la playa es kilométrica quiero decir que es kilométrica ¡textualmente! ¡¡No se acaba nunca!! En mi vida he visto una playa más larga.
 

Comemos en un Denny’s y echamos gasolina antes de entregar el coche en el aeropuerto. Y, como en este país nunca dejamos de sorprendernos, nos quedamos alucinados al ver cómo un coche de policía persigue y para a una señora que no ha respetado el límite de velocidad; le extiende una receta y los dos se van. En la misma calle, el flash de un radar escondido detrás de un arbusto salta dos veces seguidas. Hay que andarse con cuidadito.
Cuando llegamos al parking del aeropuerto, Miguel ve los pinchos en el suelo y tengo que bajarme para cerciorarme de que se bajan cuando vas a entrar. Todo el mundo se pone como loco y el resto de conductores nos hacen señas para que continuemos y no demos marchas atrás (se nos pincharían las ruedas).
Una vez en el avión el cansancio se apodera de nosotros y nos quedamos dormidos. El vuelo es un poco más corto (9 horas) y, después de hacer la escala en Londres, llegamos a Madrid a las 8 de la tarde. 



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