Día 9. OUARZAZATE – AIT BENNADOUH –
OUARZAZATE (21.04.13) >> 62 km. <<
Hemos dormido como marmotas… en absoluto
silencio. Subimos a la terraza de la azotea a desayunar y comemos hasta que no
podemos más: crepes bereberes, panecillos recién hechos y zumo de naranja natural.
Más o menos a las diez nos subimos al
coche, pero antes intento explicarle a Salahl (el chico de las maletas) que es
mejor que a los españoles no les repita las cosas diez veces, porque pensarán
que es un poco pesado; que le irá mejor ofreciendo sus servicios y dejando que
el cliente se lo pida en cualquier momento. No sé si me ha entendido muy bien…
porque durante todo el día no le volvemos a ver.
Siguiendo el rutómetro, cogemos una pista
que sale a la derecha, pasados los estudios de cine a las afueras de la ciudad.
Es un camino muy lento, bastante bacheado… y pienso que quizá hubiera sido
mejor ir por carretera hasta Ait Bennadouh.
De pronto, veo un enoooorme lagarto
amarillo. Nos bajamos del coche para hacerle unas fotos, pero en cuanto nos ve sale
pitando y se mete en un agujero. Volvemos al coche y, a los pocos metros, vemos
un macho naranja escondiéndose en otra madriguera.
Como no hay dos sin tres, encontramos otro
amarillo tomando el sol junto a una planta y, esta vez sí, podemos acercarnos a
hacerle unas fotos. Caminamos muy despacio y llegamos a estar tan cerca que
hubiéramos podido tocarle estirando el brazo. Me muevo un poco para cambiar de
postura y sale disparado, corriendo de una manera muy cómica y repartiendo
colazos. Vamos avanzando lentamente por la pista y,
cada pocos minutos, vemos un lagarto a la izquierda del camino. Cada vez que
encontramos uno, pegamos un frenazo e intentamos fotografiarlo, aunque sea
desde el coche para que no salgan corriendo.
Mas o menos a mitad de la ruta, pasamos
junto a unos decorados de cine en un oasis. Están prácticamente en ruinas y
recuerdo que, la anterior vez que vine en uno de mis primeros viajes a
Marruecos, aún había algunas piedras de atrezzo y se podía entrar a una especie
de cueva donde aún estaba aquella enorme bola de piedra que había perseguido a
India Jones en la película En busca del Arca perdida.
Mientras Miguel recorre lo que queda de
los decorados, yo me quedo en las charcas del oasis donde las ranas están dando
un concierto y docenas de libélulas revolotean por todas partes.
Un cernícalo nos vigila mientras merodea
por la zona. Parece que hoy vamos a ver más animales que en todos los otros
viajes juntos que he hecho por estas tierras.
Nos ha llevado más de dos horas recorrer
toda la pista hasta Ait Bennadouh, pues con nuestro coche no podemos ir rápido
por esta pista… y nos paramos cada vez que vemos un lagarto.
Cruzar el río que hay al llegar a la
kasbah es una misión imposible para nosotros. Las posibilidades de quedarnos
atascados son muy altas, así que salimos a la carretera y en dos minutos
llegamos al parking.
Comenzamos a recorrer las primeras calles
llenas de tiendas de suvenires, antes incluso de llegar a la propia kasbah.
Cruzamos el río por el caminito de sacos de arena y encontramos a la mujer de
las entradas en la gran puerta de madera.
El lugar ha perdido todo el encanto que yo
recordaba. No sé si seguirá siendo Patrimonio de la Humanidad, pero los 10 dh.
por persona que cobran por pasar no parece que se inviertan en la restauración
de este lugar. Hay muchas casas que se han venido abajo, parece que sólo queden
la mitad de las calles y, los artesanos locales que había en mi primera visita,
han sido reemplazados por un montón de vendedores de recuerdos casi tan pesados
como los de la plaza de Marrakech.
Encontramos una parada que aún conserva
algo de magia: una pequeña tienda de cerrojos bereberes que fascinan por la
sencillez y eficacia de su sistema.
Poco después conocemos a Fertal, que pinta
paisajes con el jugo de frutas cítricas y una técnica que nos deja alucinados.
Dibuja con el zumo, casi intuyendo más que viendo lo que hace con el pincel, y
después pone la hoja sobre una llama cuyo calor revela los colores del ácido en
el papel.
Damos una vuelta por la kasbah y subimos
casi hasta arriba para sacar unas fotos. La verdad es que tiene aún cierto
encanto, pero se nota que está en decadencia y que, como no hagan algo para
evitarlo, pronto dejará de merecer la pena la visita.
Hace tantísimo calor que pronto decidimos
irnos a comer a Ouarzazate. Casi a la salida del pueblo nos encontramos a
Fertal y comenzamos a charlar… tardamos bastante en llegar al parking, porque
Miguel se ha puesto en modo japonés y va sacándole fotos a todo.
Decidimos acercar a Fertal su casa, ya que
vamos en la misma dirección. Está empeñado en que quedemos para cenar o que
vayamos a tomar un café, pero llegando a la ciudad él empieza a bromear con traficar
con hachís… y casi nos da un parraque. Mejor nos despedimos.
La carretera que va desde Ait Bennadouh a
Ouarzazate es una pesadilla. Los bordes están completamente comidos, por lo que
ir por todo el medio ocupando la mitad de cada carril es lo habitual. Pero ahí
está el problema: los microbuses turísticos no se apartan, es como si pensaran
que ellos tienen la prioridad, así que cuando te cruzas con uno prácticamente
te echa de la carretera… Una locura.
Nos vamos a comer
al 3 Thés. Ensalada de arroz y brochetas de pollo. Volvemos al riad porque
realmente necesitamos una darnos una ducha, lavar algo de ropa y descansar.
A las ocho decidimos irnos a cenar y,
justo cuando vamos a salir, Bernard nos pide que hagamos ahora el check-out por
si mañana está llevando a su hija al colegio cuando nos marchemos. El tipo,
nacido en París, lleva un montón de tiempo viviendo en Marruecos. Hace diez
años compró un solar en la medina de Ouarzazate y construyó el hotelito (ahora
entiendo lo de los azulejos del baño…), conoció a la que ahora es su mujer y
vive allí la mar de a gusto, sin preocupaciones, sin los agobios de la vida en
París. Bernard nos cuenta que el rey de Marruecos quiere mantener limpias todas
las ciudades del país, plantar árboles, hacer parques… pero que los bereberes
del sur son muy cabezotas y cuesta mucho que acepten los cambios.
Total… que salimos del riad casi a las
nueve menos cuarto y nos vamos a cenar al centro. Elegimos un restaurante
llamado Le Monde des Plats donde están viendo el fútbol de manera tranquila,
pues casi todos los bares y restaurantes con televisor están abarrotados de
locales que disfrutan como si se tratara de la final del mundial.
La Rose Noire maison d’Hotes
Rue de la Mosquee | Hay Taourirt, Ouarzazate
(00212) 24 88 60 67
www.maisondhote-rosenoire.com
Restaurante Le Monde des
PlatsRue de la Mosquee | Hay Taourirt, Ouarzazate
(00212) 24 88 60 67
www.maisondhote-rosenoire.com
Bv. Mansour Eddahbi, Ouarzazate
(00212) 524 88 79 32
Día 10. OUARZAZATE – MARRAKECH (22.04.13) >>
226 km. <<
Aquí se duerme como si cayeras en coma.
Qué gozada. Al levantarnos notamos que sopla un viento salvaje y, cuando
subimos a desayunar a la terraza, tenemos serios problemas para conseguir que
el mantel no salga volando. Está comenzando a levantarse arena que viene en
columnas hacia donde estamos. Nos comemos las crepes y los panecillos a toda
pastilla y salimos pitando.
Cuando estamos metiendo las cosas en el
coche, nos encontramos con Salahl. Le pregunto si está enfadado por lo que le
dije el día anterior, pero hace como que no me entiende y empieza a pedirnos
dinero aduciendo que se ha pasado dos noches sin dormir vigilando nuestro
coche… pero de eso nada. Le damos 20 dh. pero empieza a protestas, diciendo que
eso no es nada. No estamos dispuestos a darle más, pues en los carteles del
riad especifica que ese parking es gratuito y que el “guardado” (al otro lado
de la medina) cuesta 50 dh. de haber tenido que pagar algo, se lo habríamos
pagado a Bernard. Además ¿no se suponía que sólo quería practicar español? Nos
subimos al coche y nos vamos, mientras Salahl se queda maldiciendo en árabe.
Aunque hay un viento del copón, decidimos
acercarnos al oasis de Fint… que nos
pilla de paso. Es cierto que, como decía Bernard la tarde anterior, el camino
es casi una autopista durante gran parte del trayecto, pero la parte final
conserva el trazado original.
Casi llegando al oasis, en el murete de
una curva, vemos cuatro ardillas del desierto que se esconden a nuestro paso.
Retrocedemos, apagamos el motor y nos mantenemos, dentro del coche, a una
distancia prudencial. A los pocos minutos salen una madre con tres crías la
mar de cómicas. Se quedan sentadas sobre las patas traseras, con el cuerpo
estirado como los suricatas.
Nos quedamos un buen rato haciéndoles
fotos desde el coche, porque las crías están como locas y cada poco se asoman
en una parte diferente del muro. No acaban de fiarse de nuestra presencia, pero
se lo están pasando muy bien jugando al escondite.
A la entrada de Fint, un chico nos indica
que debemos aparcar el coche junto al camino y recorrer la zona a pie. Hacemos
lo que nos dice y se viene con nosotros en plan guía.
El río lleva muchísima agua y el oasis ha
crecido una barbaridad. La primera vez que estuve aquí, esto eran prácticamente
cuatro chozas junto a un arroyo… Ahora tres poblaciones viven junto al río,
cultivan sus propias hortalizas en sus cuidados huertos y tienen hasta una
escuela. Incluso hay un pequeño albergue donde preparan comidas y montan jaimas
para pasar la noche.
Azis (así se llama el guía) nos cuenta que
hace unas semanas llovió tanto que hubo una crecida de tres metros, dejando el
oasis aislado durante 22 días… y trayendo peces enormes y algunas tortugas a la
zona.
El palmeral es verde esmeralda, el río se
ve turquesa y las negras rocas volcánicas le dan un aspecto completamente
irreal. Recorremos un tramo del cauce del río y entramos por los primeros
huertos. No podemos entretenernos demasiado aunque Azis quiera enseñarnos los
tres poblados, en un recorrido de hora y media.
Nos cuenta que hace poco han rodado allí
una película en la que salía Monica Bellucci (“¡qué guapa, qué guapa!”, decía
Azis) pero que después del rodaje destruyeron los decorados. Unas semanas
después descubrimos que, tanto en Fint como en Ait Bennadouh y en Essaouira, se
rodaron varias escenas de la tercera temporada de Juego de Tronos (las de
Khaleesi y los inmaculados).
Mientras cruzamos los huertos, Azis nos va
contando todo lo que han plantado y en una de estas, cuando intenta coger unas
habas, tira la valla hecha de hojas de palmera y se pega un castañazo
considerable. Nosotros sólo acertamos a agarrarle de una pierna, aunque él ya
estaba en el suelo… Y, para colmo, pasa una señora que le clava su mirada
asesina.
De vuelta al coche, le damos unos dírhams,
una bolsa de playa y unas cocacolas y golosinas para los niños (se queda
flipado porque nunca había visto nubes de azúcar). Nos da su número de teléfono
para próximas visitas, quiere que volvamos y organizarnos una jaima, comida y
verbena…
Sale un tuctuc del oasis y no puede con la
cuesta. Los lugareños se quedan mirando y no ayudan hasta que Azis y Miguel se
deciden a empujarle para que pueda continuar… Aunque lo tiene difícil, porque
hay bastante pendiente durante buena parte de la pista.
Antes de volver a la pista grande, cogemos un camino que nos ha indicado Azis que lleva a la cima de las rocas volcánicas, mostrándonos una vista panorámica de todo el oasis. Hacemos unas cuantas fotos y nos vamos volando, nunca mejor dicho porque el viento, literalmente, se nos lleva.
Cogemos la N9 y dejamos atrás Ouarzazate y
su tormenta de arena. La subida por este lado del puerto es suave, se nos hace
bastante entretenida gracias a los radicales cambios de paisaje.
Poco antes de llegar al alto de Tizi n’Tichka paramos a comer unos
sándwiches y a estirar un poco las piernas. Nos queda por delante una pesada
bajada de más de 100 kilómetros.
Por todas partes hay lugareños que venden
geodas tintadas (menuda manera de cargarse unas rocas preciosas) y puestos con
todo tipo de fósiles y minerales. No paramos en ninguno porque no nos parece
que tengan mucha calidad…
Cada vez que uno de los vendedores de
geodas mancilladas nos hace señas para que paremos, nos ponemos como locos a
gesticular con el consecuente descoloque por parte de los lugareños y el
correspondiente ataque de risa dentro del coche.
A eso de las 16 horas llegamos a Marrakech. El tráfico es abundante y el
caos circulatorio brutal. Para llegar al hotel voy siguiendo el mapa en el iPad
y pasamos por unas zonas amuralladas que parecen algún tipo de palacetes, a
juzgar por los policías que los vigilan, la limpieza extrema de las calles y
los carteles que prohíben parar.
Una vez en el hotel, que en teoría es de 5
estrellas, subimos a la habitación, que está un poco sucia y bastante mal
cuidada (hay huellas de niños por todas partes). Nos duchamos, cogemos las
cámaras y nos vamos a dar una vuelta cuando queda poco para las 18.
Nos dirigimos a la plaza Jemaa el-Fna por la calle colindante al Royal Mansour (un
hotel de súper lujo) con unos jardines dignos de una revista. Pasamos junto a
la Kutubia y ya empieza a notarse el
ambiente… pues hace muy buena tarde y todo el mundo está en la calle.
Una vez en la plaza, damos una vuelta para
ver qué tal está la cosa. Como siempre, hay muchísima gente… Todavía no es de
noche, así que aún se puede caminar entre los corrillos que se forman alrededor
de los encantadores de serpientes, las tatuadoras de henna y las atracciones
callejeras.
Cruzamos los puestos por los puestos de
aceitunas y zumos de naranja y llegamos a los chiringuitos de comida, donde
todo el mundo se vuelve loco, te agarra del brazo e intenta que te sientes a
cenar o que recuerdes el número de su parada. Llega un momento que tenemos a cuatro
o cinco lugareños persiguiéndonos como si estuviéramos en The Walking Dead.
Salimos de allí como podemos y nos metemos
en el zoco, pero la casi es peor… porque es más de lo mismo: otra vez los
agarrones, el intentar convencerte de que veas sus tiendas de cuatro plantas,
que te lleves sus alfombras, kaftanes y babuchas… Huimos, literalmente.
Empieza a atardecer y la luz se está
poniendo preciosa. Antes de abandonar la plaza, un delicioso olor a mirra,
ámbar y copal nos hace parar. Compramos una bolsita de incienso al chico del
carromato ambulante y nos vamos a cenar.
Nos decidimos por Portofino, un italiano
junto a la Kutubia que había visto en Tripadvisor, porque hay demasiado jaleo
en la plaza como para quedarnos allí. Ensalada, dos pizzas, refrescos = 233 dh.
La comida está deliciosa, aunque el local
es un poco oscuro… se han pasado de íntimo. Cuando nos vamos a ir, el encargado
nos dice que al día siguiente podemos ir a ver el partido del Barça –
Manchester, que no hace falta cenar, sólo tomar algo.
A la salida, compramos unos helados al
módico precio de 10 dh. la bola. El mío es de una cosa rara que al final
entendemos que es dátil. Es un poco empalagoso, así que lo cambio por uno de
menta y chocolate.
Volvemos caminando al hotel, aunque
estamos agotados. Ha sido un día muy largo. Al poco de acostarnos, tengo que
salir al pasillo pues hay tres niñatas sentadas en la moqueta hablando a voz en
grito mientras se muestran lo que han comprado en el zoco. ¿Es que no lo pueden
hacer dentro de la habitación? -_-
Hotel Royal Mirage Deluxe
Rue Paris, Hivernage - Marrakech
(00212) 24 44 54 00
www.royalmiragedeluxe.com/
Restaurant PortofinoRue Paris, Hivernage - Marrakech
(00212) 24 44 54 00
www.royalmiragedeluxe.com/
279 Av. Mohammed V, Marrakech
(00212) 24 39 16 65
www.portofino-marrakech.com
Día 11. MARRAKECH – AZROU (23.04.13) >>
471 km. <<
Hemos dormido sólo a medias. El tráfico
era constante, a las 4 han llamado a la oración y a las 4:30 un pájaro ha
empezado a piar en el balcón. El desayuno confirma que a este hotel, de las
cinco estrellas se le han caído por lo menos la mitad. Pan de molde duro,
crepes recalentadas, bollos secos, zumo de brick…
Hemos decidido bajar las maletas al coche
cuando íbamos a desayunar, para no tener que volver a subir a la habitación… y
en recepción se han puesto como locos, como si nos fuéramos a ir sin pagar
aunque estábamos diciendo claramente que aún no estábamos haciendo el check
out. En fin, que la conclusión final que sacamos sumando todos los detalles de
este hotel es que es, probablemente, el peor en el que hemos estados.
Circular por Marrakech es un caos, con
bicis que se te cruzan en todas direcciones (incluso contraria), tuctucs,
camionetas que transportan vacas y personas todo junto y revuelto… Así que
intento sacarnos a la carretera lo antes posible y empezamos la etapa de hoy,
la más larga que haremos en Marruecos.
La primera parada es el puente natural de
Imi-n-Ifri, un lugar impresionante. Bajamos las escaleras por el lado izquierdo
de la carretera hasta bajar lo suficiente como para tener buena perspectiva. No
llegamos a cruzarlo por debajo, pues nos quedan muchos kilómetros por delante y
el camino de subida promete ser una tortura.
Aunque el aire que corre es resquito, el
sol brilla con fuerza y eso hace que mariposas, lagartos y otros bichos salgan
en cada recodo del camino, como el eslizón que encontramos calentándose sobre
una roca.
A lo lejos se ven las montañas nevadas del
Atlas y el paisaje de nuevo empieza a cambiar. Nos tomamos un tentempié para poder mantenernos con energía en nuestra siguiente visita.
Más o menos a las 13 horas llegamos a las
cascadas de Ouzoud. Un local nos indica que dejemos el coche en la zona de
aparcamiento y vayamos andando a las cascadas.
Nada más salir del coche, se nos acerca un
chico se pone a charlar. Acabamos yendo con él hacia las cascadas y, en lugar
de bajar por la zona de escaleras y puestos de suvenires, cruzamos al otro lado
para bajar por el camino que va entre los huertos.
La primera imagen de las cascadas es impresionante, pues las vemos desde arriba. Cruzamos al otro lado por unos puentes de madera. Azdin (así se llama el chico) nos cuenta que hace unos días una niña pequeña cayó desde allí y, desgraciadamente, murió. Hay que tener muchísimo cuidado porque no hay ninguna valla a este lado de las cascadas y el terreno puede ceder.
Vamos bajando por los huertos y Azdin nos
comenta que cada olivo y cada algarrobo (todos de un tamaño descomunal) pertenece a una familia y está marcado con un
color o símbolo característico. Como vamos en silencio, vemos algunos monos que
juegan y se suben a los árboles.
Muchas de las raíces de estos olivos y
algarrobos están fosilizadas debido a la calcificación producida por el agua de
las cascadas (que a veces se desborda) en un proceso que ha durado miles de
años. Azdin dice que algunos de estos árboles tienen más de 800 años y la
verdad es que no nos extraña, pues algunos son realmente grandes.
En algunas zonas, con un poco de
paciencia, pueden verse pequeñas hojas de zarza fosilizadas. Y es muy curioso
cómo los árboles sobreviven aunque sus raíces tenga que crecer entre las que
están fosilizadas.
Cruzamos los huertos por un camino que
sería fácilmente identificable si ya se conoce la zona, pero la verdad es que
ir con nuestro guía lo hace mucho más interesante.
Entramos en un par de campings (lo que
Azdin llama “Jamaica”) desde los que las vistas de las cascadas son
impresionantes. Los campings son estupendos, hay uno para marroquís y otro para
turistas, con unas cabañas preciosas y zonas de jaima para comer y hacer
fiestas por la noche. Todo muy hippy.
Hay dos opciones para cruzar el río: las
barquitas o el “puente gratuito”, que no son más que unos sacos cuando la
distancia entre las piedras es demasiada para saltarla. Evidentemente vamos
dando saltitos y nos quedamos alucinados con las barquitas que navegan por la
poza principal acercándose a la base de la cascada, proporcionando una duchita
gratis a todos los navegantes.
Emprendemos la subida por el lado de los
escalones y rampas, que está lleno de tiendecitas y restaurantes (el olor de la
comida es delicioso) y acabamos agotados, pues hace bastante calor.
Nos despedimos de Azdin y nos vamos en
busca de una sombrita donde comer antes de desmayarnos. De repente, una
oruguita se cuela por la ventanilla y cae sobre el rutómetro y, cuando intento
devolverla a la naturaleza, cae dentro del coche. Tenemos que parar antes de
que se pierda por ahí… así que ya aprovechamos para comer.
Por la carretera vemos de todo, desde
camiones cargados con cebollas que se salen por todas partes hasta cabras que
van asomándose por la cortinilla de la ventana trasera de una furgoneta.
Aunque el trayecto se está haciendo largo,
pues son muchísimos kilómetros, el paisaje es precioso. Cambiante, como
siempre, y totalmente distinto al resto de los días.
Paramos en una zona en la que crecen una
extrañas plantas en las laderas, llevamos bastante rato preguntándonos qué serán.
Y resultan ser cactus… miles de cactus.
La carretera es una sucesión de curvas y
cuestas que hacen la conducción más entretenida, pues de cuando en cuando nos
encontramos algún lugareño que va muy despacio y le tenemos que adelantar.
Tenemos un incidente con un chiflado que se ha puesto en plan kamikaze (literalmente) porque le hemos dado la largas para que él quitara las suyas… nos ha echado de la carretera.
Llegamos al hotel súper cansados, deseando
cenar y acostarnos. Todos están viendo la goleada que el Manchester le ha
metido al Barça. No nos lo podemos creer.
El menú de la cena es el mismo que la
semana pasada… Pedimos entrecot y está como una piedra. Van de finolis, pero en
realidad no tienen ni idea de cómo hacer las cosas.
Hotel & Restaurant Palais des cerisiers
Route Cèdre Gouraud, Azrou
(212) 05 33 56 38 30
www.lepalaisdescerisiers.com
Route Cèdre Gouraud, Azrou
(212) 05 33 56 38 30
www.lepalaisdescerisiers.com
Día 12. AZROU – CHEFCHAOUEN (24.04.13) >>
276 km. <<
Con lo finolis que son en este hotel,
debería dedicar un poquito más de atención a lo que realmente importa. El
desayuno es un desastre, lo único que merece la pena es el zumo recién
exprimido, porque las crepes recalentadas, el pan del día anterior y el bizcocho
seco son para llorar. Lo mismo ocurre en las habitaciones: las duchas dan pena,
con esas mamparas de aluminio tipo cabina de teléfonos y el agua que sale a
tirones, o te escaldas o te hielas… En fin, que pagamos y nos vamos.
Nos desviamos un momento de la ruta de hoy
para dar una vuelta por Ifrane, que es precioso. No sólo las casitas de estilo
suizo hacen que sea un lugar especial, sino la limpieza, la organización, el
cuidado de los jardines… parece una ciudad de otro país. Y no lo digo porque Marruecos
no tenga encanto, que lo tiene y mucho, sino porque es absolutamente diferente
a todo lo demás.
Hoy tenemos por delante más de 250
kilómetros, así que rápidamente nos ponemos en marcha. Cruzamos un precioso
bosque de algarrobos y el paisaje cambia radicalmente.
La carretera hasta Meknes es casi toda de
bajada, con mucho flow y los kilómetros cunden que da gusto. Antes de meternos en la ciudad paramos en una
gasolinera a limpiar un poco el coche, que va hasta arriba de polvo y fesfés
otra vez. El tipo que nos lo lava lo hace a conciencia, frotando con una
esponjita y todo… ¡e incluso quiere limpiarlo por dentro!
Cuando llegamos a Meknes hay policía y
militares por todas partes. Todas las calles están engalanadas con banderas y
pancartas porque va el rey de Marruecos a inaugurar una convención de
agricultura o algo así.
Paramos junto a la antigua ciudad romana
de Volubilis a tomarnos un
tentempié. No entramos a ver las ruinas, pues yo ya las he visitado en alguna
ocasión y preferimos aprovechar la tarde en Chefchaouen. Pero como nos hemos
metido por una carretera cortada, podemos hacer algunas fotos desde el arco que
queda más alejado de la entrada.
Creo recordar que el guía que me enseñó
las ruinas la primera vez, me dijo que sólo hay excavado un 30 o un 40 por
ciento de lo que se calcula que hay en la zona… y eso que el yacimiento lo
comenzaron los franceses en 1915.
Paramos a comer cuando aún nos quedan 80
kilómetros para Chefchaouen, pues se nos está haciendo un poco pesado el
trayecto.
Las primeras vistas de la ciudad son
impresionantes. Todas esas pequeñas casitas blancas y azules escalando la
colina… y las montañas detrás, como protegiendo el pueblo. Va a hacer buena
tarde, es pronto y podremos disponer de varias horas de luz para recorrer la
medina antes de que sea hora de cenar.
Con ayuda del mapa, llegamos sin problema
hasta el parking público junto al hotel Parador. Ya habíamos preparado el petate
con lo imprescindible y, como mañana regresamos a España, no hace falta mover
la nevera… Así que vamos directos al hotel.
El waypoint del alojamiento está en marcado en
mitad de la plaza, así que no encontramos el riad por ninguna parte. Vamos
hasta la calle del fondo y le preguntamos a un chico que, casualidades de la
vida, trabaja en el hotel y nos acompaña hasta la puerta.
Aquí todo el mundo habla español
perfectamente, así que rápidamente estamos instalados y explorando el hotel. La
habitación es pequeñita, pero preciosa. Una pequeña puerta de madera de doble
hoja da paso al baño, que es diminuto pero tiene todo lo que debe tener. La
verdad es que tiene mucho encanto.
En la planta de abajo, junto a la
recepción hay un saloncito donde se puede ver la tele (española). En la azotea
hay una preciosa terraza con una jaima desde la que se ve la medina y el resto
de la ciudad, dejando las montañas a nuestra espalda. Dan ganas de quedarse
aquí una semana.
Nos ponemos ropa cómoda, cogemos unas
chaquetas por si acaso y salimos a dar una vuelta, cámara en mano. Cada
callejuela es pintoresca, cada rincón más bonito si cabe que el anterior,
después de cada giro hay una tiendecita o una puerta que nos sorprende.
La medina no es muy grande, así que no
podemos perdernos mucho y, por mucho que giremos e intentemos ir por calles
desconocidas, acabamos en algún lugar por el que ya hemos pasado antes.
Nos aborda un lugareño que habla en
perfecto castellano, quiere enseñarnos su tiendecita “sin compromiso” y le
dejamos bien claro que no pensamos comprar nada. Le acompañamos y el tipo nos
enseña una casita sin ventanas llena de todo tipo de cosas.
En una habitación
hay un señor tejiendo telas, en otra tienen objetos de plata y alhajas, y las
demás son para los tejidos que confeccionan. Como era de esperar, acaban
intentando vendernos alguna de las 15 mantas “ignífugas” que nos ha mostrado.
Le damos las gracias y volvemos a la calle.
Cada vez que nos paramos a mirar algo con
detalle, algún local se presenta e intenta llevarnos (muy amablemente, eso sí)
a ver su tienda, su cooperativa o su telar que, curiosamente, siempre es el más
antiguo de Chefchaouen. Y, de cuando en cuando, algún chico joven nos ofrece lo
que se ofrece por estas tierras, pero con decirles que haces vida sana es
suficiente para que no insistan. Mucho más light de lo que yo me esperaba.
Al doblar una esquina, nos encontramos a
otro lugareño que, al vernos con nuestras cámaras, quiere que le enseñemos unos
“trucos” para hacer las fotos perfectas de su tienda, pues quiere colgarlas en
la página web.
Nos arrastra a su cooperativa de alfombras y nos cose a
preguntas sobre las cámaras, los objetivos, los ángulos, la luz… ¡yo qué sé!
Quiere que en media hora le convirtamos en fotógrafo profesional, jajajajajaja.
Pero es que tiene que empezar por leerse el manual y comprender los conceptos
básicos. Le aconsejamos que haga muchas fotos, lea y aprenda de sus propios
errores.
Volvemos a la plaza principal, pensando
que ya será la hora de cenar y con la idea de refugiarnos un rato del tremendo
viento que se está levantando. Nos sentamos en la terraza de uno de los
restaurantes y pedimos unas cocacolas porque sólo son las seis. Los chicos que
llevan el chiringuito son muy simpáticos y charlamos un rato con ellos mientras
van preparándolo todo (evitando que se vuele) para la hora de la cena.
Cuando nos terminamos el refresco vamos a
dar otra vuelta antes de que se haga de noche. Compramos un par de cosas y nos
damos cuenta de la cantidad de comercios y restaurantes de españoles que hay
por aquí.
La gente empieza a recogerse, las calles se van vaciando y ahora tenemos la oportunidad de ver puertas y rincones en los que antes no habíamos reparado…
Finalmente cenamos en la misma terracita
de la plaza, la del restaurante Morisco. La llevan entre cuatro chicos: un
cocinero, dos camareros y un tercer chaval que se encargar de “pescar” a los
clientes en la calle… y no lo hace nada mal, pues su terraza está llena (casi
todo gente local) y en la de al lado no hay nadie.
Sacamos unas cuantas fotos nocturnas y nos
vamos a dormir, pues mañana tenemos que madrugar bastante para no perder el
barco.
Aunque ya teníamos calculada la hora a la
que debíamos salir, el chico de la recepción nos convence de que salgamos una
hora antes porque, según él, la carretera es muy mala… Esto hará que nos
tiremos más de una hora en el parking del puerto esperando nuestro barco…
De cualquier modo, Chefchauen ha sido un
precioso broche final para este viaje. Seguro que repetiremos.
Hotel Dar Mounir
Zankat Kadi Alami Hay Souika
(212) 539 98 82 53
www.hotel-darmounir.com
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